Por David Uriarte / 

Las celebraciones tienen como objetivo recordar a una persona o un acontecimiento. El 23 de octubre se recuerda en México a los médicos, no a la medicina, a los artesanos de la salud que paradójicamente también van a morir igual que todos sus pacientes.

Todas las especialidades tienen su complejidad y su mercado, es decir, en el embudo de la atención, prácticamente todos los pacientes entran por la puerta de la medicina general o familiar y se van distribuyendo según su evolución.

Lo esperado es que el médico del primer nivel de atención resuelva por lo menos el ochenta por ciento de los casos, y el resto se resuelva en el segundo y tercer nivel de atención, esto es con el médico especialista o en la subespecialidad.

Todas las profesiones tienen su complejidad, sin embargo, la de médico arropa un espectro tan amplio que va desde la promoción y prevención de la salud, hasta la rehabilitación y limitación del daño.

Lo especial de ser médico consiste en la batalla constante que se libra primero en contra de la enfermedad, y después en contra de la muerte a la que no se le gana nunca.

Conocer que el pronóstico de la vida es la muerte, engendra un grado de frustración por más competente y más preparado que sea el médico, simplemente saber que los padres y los hijos de él no se van a escapar de la estadística, revela la crueldad de una realidad que se llama vida.

Los festejos y las felicitaciones que reciben los médicos, sólo es el recuerdo de su vulnerabilidad, de su humanidad envuelta en una profesión que se extingue con el tiempo.

Los profesionistas que paradójicamente más sufren de estrés laboral son los médicos. Trabajar en un servicio de urgencias médico-quirúrgicas, en un servicio de terapia intensiva; en el servicio de oncología, con pacientes terminales o críticos, es ver constantemente la silueta de la muerte que amenaza la vida del paciente y reta la inteligencia del médico.

Lejos de lo que se cree o se piensa, el médico tiene un grado de sufrimiento y frustración extrema que busca mitigar o esconder con la resignación propia del humano al saber que los días de todo mundo están contados. El médico es el único profesionista que, en el tiempo, siempre va a perder la batalla.