Por David Uriarte /

Hoy se va a escribir una página más en la historia de la lucha por la no discriminación de las mujeres en todo el mundo.

Desde el reduccionismo insensato hasta la filosofía del origen de la especie humana, pasando por el conocimiento teológico que describe el inicio de la vida y la construcción del hombre y la mujer bajo las reglas divinas, la humanidad siempre le ha reservado un lugar especial a la mujer y al mismo tiempo, algunos hombres han renegado por la incompatibilidad en la percepción de la realidad.

La biología se ha encargado de buscar en la genética, las hormonas, los neurotransmisores, y la estructura cerebral, las causas de las percepciones distintas, la psicología también intenta encontrar los centros del aprendizaje de género; la antropología hace lo propio en la evolución filogenética de la especie humana, la sociología busca encontrar en la cultura las diferencias.

Las leyes tratan de normar la vida de relación de la especie en un marco de respeto, igualdad y justicia, la religión hace lo propio con el trueque de la vida eterna y el edén o paraíso celestial a cambio de un comportamiento de prudencia y respeto, sin embargo, paradójicamente entre más se busca cerrar la brecha de diferencias, las conductas destructivas y dolosas persisten y se resisten a desvanecerse.

Así como se acude a la ciencia cuando el cáncer acecha y contamina la salud y la vida, así se acude a ella cuando se trata de entender los porqué de las diferencias conductuales entre hombres y mujeres… Todo empieza dice la ciencia, descubrimiento que por cierto es reciente, cuando el gen SRY que se encuentra en el cromosoma Y, propio de los hombres, se activa y transforma las estructuras gonadales, eso hace que el feto produzca dos hormonas: una de ellas es la testosterona que masculiniza el cerebro del niño, la otra, desfeminiza su cuerpo; en cambio, en los embriones cromosómicamente femeninos, esto no ocurre y se produce un cuerpo de mujer con un cerebro de mujer, es decir, sin los efectos de la testosterona.

Desde el nacimiento, hombres y mujeres traen un procesador diferente -por decirlo de alguna manera- esto hace que la percepción de los afectos, las miradas, las emociones, la comunicación, el erotismo, y la agresividad, se expresen de forma diferente entre hombres y mujeres.

Urge enseñar y aprender a respetar las diferencias.