Por David Uriarte /

 

El fanatismo es un apasionamiento exagerado que nubla la realidad. Subclínico significa que no hay signos o síntomas detectables, pero la afección está presente. El fanático sólo busca entronizar su fanatismo, verdad y realidad pasan a segundo plano.

Los momentos más estériles de la vida, son aquellos invertidos al intercambio de ideas con un fanático, es como discutir con un niño sobre Santa Claus o con un sacerdote sobre la resurrección: en el caso del niño su inocencia, y con el sacerdote su fe.

La realidad se tiene que esperar en el centelleo del semáforo de la fe o la creencia del fanático que además de no ver lo visible, se siente agredido, por eso, las peores discusiones se dan alrededor de política y religión, más cuando la política se convierte en religión.

Los catequistas de la política, cualquiera que sea su denominación, son apasionados de sus santos y más de sus milagros, por eso, se convierte en ofensa cualquier divergencia de pensamiento, creencia o conocimiento distinto a su credo.

Los enconos entre los miembros de las diversas sectas religiosas son pleitos de niños comparados con las reacciones del fanatismo político.

Así como la urticaria provoca un rascado inminente y exquisito, así el fanatismo político provoca un encontronazo radical parecido al fundamentalismo islámico con su ala radical violenta.

Un coraje entendido sólo desde la tolerancia a la diferencia es la que viven quienes se sienten agraviados por una evidencia contradictoria a su dogma.

El fanatismo político recalcitrante confronta y polariza a grupos de intereses crónicamente identificados. Pero el fanatismo político subclínico, está en la población mayoritariamente trabajadora, clasemediera, que le brilla la neurona, que presume de intelectual o inteligente; que eventualmente se traga el coraje para evitar la confrontación, que cultiva un grado de tolerancia que le permite mantenerse al margen de las discusiones estériles, pero siempre con el escozor que le genera su fanatismo subclínico.

El fanatismo subclínico no se ve, pero se siente, se percibe, destella silencios de cortesía, mantiene amistades con alfileres, construye sanas distancias. Pero al final no puede autodiagnosticarse porque perdería la magia del dogma o la fe.