Por David Uriarte /

 

La inconformidad es parte de la naturaleza humana. Estar inconforme por las expectativas no cumplidas en la adquisición de un bien o servicio, o por el incumplimiento de promesas de un político, es una inconformidad razonada que forma parte de un sano juicio. Sin embargo, estar crónicamente inconforme por todo y con todos, es muestra evidente de un trastorno del juicio.

Los genéticamente inconformes surgen como respuesta a todo aquello que no les parece, están inconformes con el que llega, con el que se va, con el que tiene dinero, con el pobre, con los liderazgos; con los que votan, con los que se abstienen, en fin.

La inconformidad les revive el recuerdo de las frustraciones no resueltas en las primeras etapas de su vida, y que por lo general son inconscientes o no recuerdan, por eso niegan el origen de su inconformidad al racionalizarla.

La mejor prueba o test para saber si alguien es genéricamente inconforme, es la sensación que le genera al lector la lectura de este artículo: si el lector siente coraje, cualquier sensación de malestar, o le provoca emociones no placenteras, entonces califica para el diagnóstico de genéticamente inconforme.

En cambio, si le parece indiferente y en el mejor de los casos ilustrador o simplemente un punto de vista analítico, entonces, puede tener de todo, menos el diagnostico de genéticamente inconforme.

La promoción social de los chairos y los fifís como extremos de las categorías de pobres y ricos, o tontos e inteligentes, ha sacado de sus escondites naturales a los inconformes, han caído en la provocación del condicionamiento clásico, en el modelo estímulo-respuesta o aprendizaje por asociaciones.

Una prueba simple para diagnosticar a un genéticamente inconforme es preguntarle: ¿Por qué mucha gente huye de los paraísos socialistas o comunistas a un repugnante mundo capitalista como Estados Unidos?

Si se inconforma, entonces no se te ocurra preguntarle por el regreso de cuentas y bienes confiscados a la maestra Elba Esther Gordillo, mucho menos referirle la condición humana de nuestro presidente, que, como tal, es susceptible a errores, equivocaciones y fracasos.