Los únicos hombres que pueden asegurar que nunca serán objeto de una traición amorosa o sexual, son los que no tienen pareja.

No se trata de victimizar a todos los hombres o de satanizar a todas las mujeres que viven en pareja. Se trata de hacer una reflexión honesta de las posibilidades que tiene un hombre de compartir a su mujer con otro hombre aunque al saberlo probablemente no le guste.

“Tanto el hombre como la mujer que son infieles, tienen una carga genética, un comportamiento psicológico aprendido y unos valores donde la palabra fidelidad no existe o tiene poca fuerza”.

Hay hombres que piensan que a ellos nunca les pasara, que solo a su compadre, a su amigo, a su vecino, a su compañero de trabajo o a cualquier otro hombre que vive en pareja, menos a él.

Lo mismo piensan algunas mujeres cuando se dan cuenta que un hombre casado anda con otra mujer que no es su esposa. Tanto los hombres como las mujeres se apegan de forma inconsciente al principio popular que dice “ojos que no ven corazón que no siente”.

Aquellos trabajadores de oficina que entran y salen a la misma hora y cuyo trabajo no les permite salirse o escaparse a media mañana o a media tarde, pueden pensar que la jornada laboral es el mejor pretexto para una infidelidad de su pareja; sin embargo, no se necesitan jornadas tan prolongadas para ser infiel.

Si la infidelidad dependiera de las horas de trabajo: imagínese a un policía que trabaja 24 horas continuas, a un soldado que se ausenta por semanas, a un camionero cuya ruta empieza en Culiacán y termina en Nogales, Tijuana, Puebla, Cancún, o cualquier otra ciudad cuya distancia más que en kilómetros se mide en días. Un médico que hace guardias por la noche o cualquier otro hombre que sin importar su profesión, oficio o actividad que le mantiene lejos de su pareja por horas o días, corre el riesgo de vivir en carne propia el fenómeno de la infidelidad.

Realmente el ausentarse del hogar no es la causa de la infidelidad, pero si un factor precipitante.

Tanto el hombre como la mujer que son infieles, tienen una carga genética, un comportamiento psicológico aprendido y unos valores donde la palabra fidelidad no existe o tiene poca fuerza.

Casi siempre que me preguntan ¿quién es más infiel, el hombre o la mujer? La respuesta no siempre agrada a quien la escucha, pero la verdad estadística y psicológica es que existe un empate técnico.

Hay que recordar que en México el 48 por ciento de la población son hombres y el 52 por ciento son mujeres, por lo tanto, no es cierto que por cada hombre haya siete mujeres. Prácticamente por cada hombre hay una mujer, por lo menos así lo hacen ver la estadística y las matemáticas.

En la cultura latina, al hombre le gusta hacer pero no que le hagan; esto significa que le gusta ser infiel pero exige que su pareja no lo traicione y se mantenga siempre fiel. Pero una cosa es lo que quiere el hombre y otra cosa lo que le sucede. Se estima que solo el diez por ciento de los hombres se entera cuando su pareja los traiciona. Lo único que se necesita para que un hombre forme parte de la estadística de los traicionados, es que su pareja así lo decida.