Por David Uriarte

 

La forma de ser de la persona es su verdadera identidad, las actuaciones sociales obedecen a intereses a veces enmascarados y a veces descarados. Si llevamos el concepto de ingratitud al terreno de lo político, se puede observar que el interés supera a la lealtad, que el agradecimiento se convierte en recuerdo borroso y la deslealtad construye la conducta ingrata.

Hombres y mujeres caminaron de la mano de sus protectores políticos y hoy los desconocen, hoy los niegan, hoy los juzgan, y lo más ingrato: hoy utilizan la información política como moneda de cambio.

Lo que hay detrás de un político de cepa siempre será experiencia, conocimiento y por supuesto información. La información de los exsecretarios de la defensa nacional, la marina, los extitulares de las áreas de justicia, en fin, todos los servidores públicos que en su momento han formado parte del entramado político de un sistema de gobierno, son fuente inagotable de información sensible, información privilegiada, información que puede ser el mecate de su propia horca.

La ingratitud penetra y traspasa el silencio, muestra la información al oponente, al contrario, a la competencia o al enemigo, los ingratos revelan en su actuar su identidad, prefieren vender su primogenitura antes de asumir cualquier riesgo que implique su propio esfuerzo; viven siempre a la sombra de los poderosos, son parásitos del poder, pero sobre todo son indignos de la confianza que se les otorga.

Es un fenómeno interesante ver las pasarelas políticas salpicadas de personas ingratas, infiltrados como fantasmas que trascienden en la sobrevivencia de un oficio que saben hacer bien: la traición a la confianza de sus antiguos jefes.

Las personas ingratas piensan que son inteligentes, listas, superiores o necesarias; creen que les creen, sienten que son indispensables para los demás especialmente para los jefes.

Una persona ingrata es seductora, manipuladora, controladora, tiene una mezcla de inteligencia con perversidad que logra engañar y traspasar la intimidad del poder donde se produce la verdadera información, que después será utilizada como moneda de cambio. ¿Conoces la ingratitud?