Por David Uriarte

 

Es frecuente que a una persona le pregunten una cosa y conteste otra, las estrellas en las respuestas evasivas son los políticos y los mentirosos. A los mentirosos se les entiende y a los políticos también, sin embargo, ¿qué hace que una persona, sabiendo la respuesta, no la conteste?

La respuesta la tiene la neurociencia, la respuesta está en el cerebro, en la función más que en la estructura cerebral. La unión temporoparietal se encarga en los hombres, de tomar decisiones, de ser concreto y expedito en sus respuestas, pero en las mujeres, el sistema límbico se encarga de ponerle el toque emotivo a la respuesta.

Las personas que evaden la respuesta a pesar de saberla, lo hacen por muchos motivos, uno de ellos es la autoprotección de su imagen y su trabajo, la indicación de no revelar la verdad, o la convicción de que la respuesta debe estar envuelta en la mentira.

A muchos políticos les resulta más que difícil decir la verdad, siempre quieren vender la idea de que no pasa nada, de que todo está bien, que lo mejor que le puede pasar a los gobernados es tenerlo de gobernante. Tratan de minimizar la realidad cuando lastima a la sociedad, tratan de engrandecer los hechos cuando benefician a la población aunque sea parte de la obligación de su mandato.

Resulta sumamente divertido desde el punto de vista psicológico, escuchar las respuestas de muchos políticos cuando les preguntan una cosa y contestan otra. Y cuidado con la insistencia del reportero porque lo pueden tomar personal o en el mejor de los casos, hacerse los enojados.

Cuando de plano no encuentran otra salida y se ven acorralados por la evidencia, entonces hacen uso de las frases “domingueras”, frases que no dicen nada, frases que no comprometen ni su trabajo ni su desempeño.

Lo más divertido de quienes contestan una pregunta con un discurso que describe todo menos la respuesta, es su creencia de ser inteligentes, ellos piensan que enredan o distraen a quien les pregunta o quien les escucha. Estas personas pueden tener una cognición impecable, pero una percepción enferma, creen en el engaño como si fuera una virtud.