Hace ya varios años tuve que tomar algunas decisiones bastante importantes. Más que “tener que hacerlo”, necesitaba hacerlo.

¿Quién nos enseña a tomar decisiones?

Honestamente, en retrospectiva, pienso que mi familia paterna influyó en que no pudiese desde más corta edad a tener una relación “heterosexual”, puesto que siempre se esmeraron en tener un total control sobre mí. Sobre mis amigos, sobre mis actividades extra escolares, sobre las escolares mismas a manera de obsesión. Sobre mis sentimientos.

No me arrepiento de haber sentido lo que sentí y de todo lo bonito que ella llegó a sentir por mí

No es que me arrepienta ahora; ahora que siento que vivo en un sueño con mi pareja, mi compañero; de quien en tan poco tiempo he aprendido tanto de paciencia, de confianza, de empatía. Estoy contento de hasta dónde he llegado. Tampoco es que haya tenido la infancia más triste y desolada; somos muchos los que tenemos historias duras por contar, ¿cuántos los que decidimos estar bien aún con lo difíciles que fueron?

Nada, absolutamente nada es una casualidad.

Un buen día llegó a mi primer trabajo en la ciudad, una chica que resultaría ser mi más grande sueño, hasta ese entonces, hecho realidad. Dejen de pensar sólo en lo bastante llena de gracia física. Yo estaba apabullado de todo lo que estaba pasando en mi vida, sentado frente una computadora con internet restringido por “políticas de la empresa”, escuchando los diálogos más inverosímiles que había escuchado jamás, del melodrama del momento, que hacían casi llorar a mi compañera de oficina, todas las mañanas en la programación matutina de la televisora local.

No les voy a abrumar con mis memorias.

Su piel era suave, ella era la más delicada de todas. Su cuello siempre olía a flores.

Esa chica nueva y yo empezamos a salir. Nunca me había sentido tan más cómodo y realizado. Ella siempre me escuchaba. Nos contábamos todo, bueno, omití el hecho de que yo había tenido una relación muy, muy difícil, tormentosa, tóxica, con otro hombre. Ella no dejaba de escucharme, tenía una extraña fascinación, una devota admiración y ciega lealtad por mí. Siempre me sentí libre de decirle casi cualquier cosa.

Todo el tiempo que pasábamos juntos era de risas, de esas risas que duelen.

“Siempre atraes cosas bonitas”, no me lo esperaba. Sólo tomé sus manos y le di un beso tan sincero en la frente.

Ese día supe que tenía que hablar con ella. Aún cuando ya no estábamos en los mismos lugares de trabajo, procurábamos el vernos tanto como se nos fuera posible.

No tuve el valor de verla a los ojos; le mandé un mensaje explicándole que de pronto me había sentido muy triste porque extrañaba a mi ex novio.

Estoy seguro que ella no se lo esperaba. No supe de ella en algunos días hasta que de pronto apareció de nuevo. Llegó con una caja de donas a casa donde por fin lo conocería. Porque yo había regresado con él. Y ese “él” siempre se encargó de querer alejarme de ella, pues sus celos eran más grandes que su supuesta confianza conmigo.

¿Me arrepiento? Sí me arrepiento. Me arrepiento de haberle roto el corazón a Lili. No me arrepiento de haber sentido lo que sentí y de todo lo bonito que ella llegó a sentir por mí. Aunque duró poco más de un año aquello de pareja que hubo entre nosotros, los años predecesores y todo lo que hasta la fecha tenemos, cuadruplicaron cualquier cifra, de cualquier índole.

Hoy regreso a terapia. Ya les platicaré qué sale de esto. Así como cuando decidí decirle a Lili “la verdad”, ella sabe que en su momento siempre fue auténtico todo, siempre sentimos todo lo que nos dijimos, todos los besos que nos dimos. Y esta decisión de no querer lastimar de nuevo a alguien, con el tema que sea, me da confianza en que todo ha valido la pena.