Por David Uriarte /
El billete de 500 pesos que trae un monje y el billete de 500 pesos que trae un delincuente, valen lo mismo; el billete vale por su denominación, no por quien lo trae o mucho menos por las cualidades de su dueño.
Lo mismo sucede con el sufragio, la democracia es la voluntad de la mayoría, se cuentan los votos impregnados de la simpatía hacia uno u otro candidato y quien tenga la mayoría gana.
No se necesita exprimir mucho las neuronas ni sacudir el baúl del sentido común para entender o recordar que los pobres son mayoría… En una población objetivo donde siete u ocho de cada diez votos vienen de los pobres, es obvio que ellos son los buenos de la película.
Se batalla igual o más en convencer a uno de clase media o de clase alta, que convencer al pobre, el que tiene más necesidades ofrece más opciones de satisfacción, los que tienen resuelta la vida, son más difíciles de convencer ¿Qué se les puede ofrecer que no tengan?
En cambio, a los pobres lo que se les ofrezca o se les promete, forma parte de las deudas históricas con ellos; empezando por el trabajo que representa su ingreso, la vivienda, el transporte, la educación, la salud y la seguridad.
A los ricos, los candidatos no les pueden ofrecer fuentes de trabajo porque no las necesitan, ni vivienda porque lo tienen resuelto, ni un sistema de salud porque cuentan con pólizas de gastos médicos mayores -cuentan con capacidad para resolver los temas de salud incluso en el extranjero-. No se les puede prometer transporte, porque cuentan con una flota de automóviles que ofende a los que usan el transporte público; tampoco los deslumbran con un sistema educativo, porque las instituciones privadas son el refugio académico de sus hijos.
Tal vez el tema de la inseguridad es el virus que infecta a cualquiera. En este sentido, el tema de la seguridad pública puede ser una de las promesas que pueda venderle cualquier candidato al rico.
Si el voto vale lo mismo, el anzuelo deben tirarlo donde hay más necesitados, donde la pobreza se engancha con las promesas de campaña como el metal con el imán. Por eso, legalizar la ayuda a los más necesitados y elevarlo a rango constitucional, es una estrategia que hay que aplaudir al régimen político actual.
Así como un dulce convence al niño, la promesa convence al pobre, y la dádiva lo compromete; la esperanza de salir de la pobreza es la zanahoria que se convierte en voto.