Por David Uriarte /

 

Es relativamente fácil tratar las enfermedades mentales, lo difícil es tratar la ignorancia y los mitos alrededor de los trastornos mentales.

Así como se “descompone” o deja de funcionar un órgano como el corazón, los pulmones, el tubo digestivo, los riñones, la piel o cualquier glándula, así también puede dejar de funcionar el cerebro.

Recordemos que no hay mente sin cerebro, es el cerebro el órgano con funciones neurológicas y psicofisiológicas.

Los impulsos, las emociones y la razón, tienen asiento en un cerebro cuya inteligencia es la máxima expresión de la evolución en la especie humana.

El trastorno depresivo es quizá la enfermedad mental más frecuente, seguida de la ansiedad, pero el trastorno del espectro autista, la esquizofrenia, el trastorno bipolar, el trastorno de pánico, las fobias, el déficit de atención e hiperactividad, y los trastornos de la alimentación, tienen una prevalencia significativa en el mundo.

Tema aparte son los trastornos de personalidad cuya mezcla con los trastornos mentales representan un riesgo para la salud social de la persona, la familia y la vida de relación.

Un ejemplo frecuente es el caso de una mujer con depresión, ansiedad y algunos rasgos de personalidad que la convierten en una enferma mental incomprendida, incomprendida a veces por ella misma y a veces por su familia.

Imaginemos a esta mujer cuya enfermedad mental le alienta pensamientos catastrofistas, su desesperación le hace cometer o tener conductas aberrantes, y sus rasgos de personalidad la evidencian como una persona poco adaptable a la vida de pareja o familiar.

El primer conflicto en este hipotético caso, es la conciencia de enfermedad, la evaluación diagnostica certera, y el tratamiento oportuno para acortar el espacio de rehabilitación.

Imaginemos que tuvo diagnóstico certero y tratamiento oportuno, pero si no cuenta con apoyo de su pareja o de su familia, es posible que pasen dos cosas: o no le permiten continuar con el tratamiento ya sea psicoterapéutico o farmacológico; o le dicen que no tiene nada, que tiene mucho por que vivir, que todo está en la mente, que no está deprimida, que se ponga las pilas… en fin, el problema no es el diagnóstico, el problema es la ignorancia.