Por David Uriarte

Poco a poco asoman a la luz pública los hechos lamentables de niñas, niños y adolescentes cuyas actitudes y prácticas de riesgo van desde los accidentes domésticos, hasta el homicidio y el suicidio.

La vocación para la maternidad y la paternidad se puede diluir entre las estrecheces económicas de las familias, las fracturas de las parejas que promueven la expulsión de los padres al mercado laboral y, en consecuencia, la reducción del tiempo de convivencia entre los padres y los hijos.

Entre la soledad de los niños y la permisividad de sus cuidadores eventualmente familiares, surgen una serie de condiciones desconocidas para los padres y poco entendidas para sus cuidadores.

Si bien es cierto que existen guarderías donde los programas alimentarios y el control del desarrollo psicomotriz son un agregado al resguardo de los niños mientras retornan a sus hogares, también es cierto que muchos niños están expuestos sólo a la buena voluntad de su cuidador. Voluntad ajena al daño, pero negligente por la ignorancia propia de la brecha generacional, o la ignorancia implícita en una persona ajena a todo conocimiento del desarrollo físico y psicológico de los niños.

Al pasar de la niñez a la adolescencia, la nueva etapa encuentra experiencias y vivencias como fortalezas o debilidades, todas anidadas en un cerebro en desarrollo. Todas las frustraciones de apego y significado en los adolescentes, son producto de una niñez marcada por expectativas no cumplidas.

Lo primero que esgrimen los padres es el gran amor que sienten por los hijos, sin embargo, si el amor no se traduce en alimento psicológico para el hijo de nada sirve.

En las conductas antisociales, sociopáticas o de autoagresión de los adolescentes, subyace una discrepancia entre lo que ellos piensan y sienten, y lo que piensan y sienten sus padres.

Escuchar a los hijos es una cosa, interpretar sus palabras es distinto a entender realmente el significado de sus carencias emocionales. Mantener a los hijos llenos de regalos o en la permisividad enfermiza por una culpa construida en el trabajo, es una de las aristas del complejo problema de la violencia en la adolescencia. Entre los padres trabajadores y los hijos violentos algo está pasando.