Por David Uriarte /

La asesoría política se convierte en una especie de órganos de los sentidos de quien gobierna y/o administra un municipio, un estado o un país.

No se puede estar en todo, se necesita pulsar la percepción social, para esto el político debe tener ojos, olfato, tacto y oído en todas partes -si se puede- escuchar al que tiene y al que no tiene, al que aplaude y al que denosta; tener el tacto suficiente para discriminar los temas sensibles de los cotidianos, el olfato suspicaz, la vista puesta en el futuro, el pensamiento claro y reposado, y el control de los impulsos sujetos a la prudencia.

El asesorado tiene sus problemas y los asesores también, mientras el asesorado puede creer o pensar que es una réplica de Albert Einstein por su inteligencia, el asesor busca el cómo, es decir, cómo le hace saber al asesorado que su óptica no corresponde a la realidad, que podrá tener la razón pero no el consenso social y político, que podrá tener una idea brillante pero desfasada o descontextualizada, en fin.

Con frecuencia las posturas de los asesores son ideas estériles que no progresan por un ego tóxico del que paga, del que ve en el asesor un asalariado de las ideas y en el mejor de los casos, a un intelectual cuya mano de obra termina siendo flor de ornato de un proyecto político que camina con rumbo diferente. Una cosa es lo que quiere y hace el político, y otra distinta lo que ve y piensa el asesor.

Cuando muchas son las voces que alertan al político, cuando la razón se ahoga en el río de necesidades sociales, es hora de volver a revisar los términos de justo y legal; y de injusto e ilegal, hay decisiones políticas respaldadas por la legalidad que engendran injusticia social, esa puede ser la chispa que detone la suma de voluntades sociales en contra del que gobierna.

Reflexionar sobre la rigidez del pensamiento cuando se presume la razón, es darse la oportunidad de construir empatía con los grupos vulnerables, con los que menos tienen, con los agraviados de un sistema político y de leyes que no contemplan la indefensión aprendida de una sociedad resiliente, aguantadora pero con límites.

Una sociedad que se puede revelar y pasar por encima de las razones políticas en búsqueda de lo básico, de lo mínimo necesario para vivir, aquí es donde el político debe escuchar a su grupo de asesores si es que los tiene, y aquí es cuando los asesores deben trabajar por resultados.