Por David Uriarte /

Si la muerte por COVID-19 merece un minuto de silencio como parte protocolaria de un informe de gobierno, ¿Cuántos minutos de silencio merecen los que perdieron la vida víctimas de homicidio doloso?

Perder la vida por una contingencia sanitaria y perder la vida por una contingencia criminal son cosas más que diferentes; incomparables.

La selección natural dirían los evolucionistas o darwinistas, es parte de la vida, lo que no es parte de la vida, es perderla por una intención ajena.

Mantenerse aislado más que inmune al coronavirus es relativamente fácil, lo difícil es mantenerse inmune a la criminalidad, garantizar la seguridad pública y el derecho a la vida, es una obligación del estado, sin embargo, más allá de las letras plasmadas en la constitución política de México, más allá de las leyes y los discursos bien intencionados, está la realidad numérica y el intangible del sufrimiento de miles de familias víctimas de la delincuencia y las mentes criminales.

Perder la vida en manos de una enfermedad que por definición no tiene tratamiento, incluye de alguna manera parte de la resignación, perder la vida en manos de los criminales, no incluye resignación, encoleriza a la sociedad… más cuando el gobierno le limpia las lágrimas con el papel del discurso y la toalla de la esperanza de una justicia que no revive muertos, no alivia la orfandad ni la viudez, ¡cuál esperanza!, ¿esperanza de qué?

Los padres con hijos desaparecidos, la viudez inducida por el homicidio de la pareja, la orfandad derivada de la criminalidad, y toda la sociedad dañada o marcada por la muerte violenta de sus seres queridos, necesitan mucho más que minutos de silencio; necesitan la reparación de lo irreparable, el consuelo de lo inconsolable, y si no fuera por la fuerza religiosa, el perdón de lo imperdonable.

La única manera de consolar al sediento es dándole agua, al hambriento dándole de comer, y al huérfano ¿cómo lo consuelas?

Qué tanto le abona a la resignación un minuto de silencio, qué tanto sirve saber que la Guardia Nacional tiene muchos elementos… en fin, la vulnerabilidad de la vida es la realidad que no escucha discursos ni se repara con minutos de silencio.