Por David Uriarte /
No es lo mismo andar de novio que estar casado, la seducción es un arte utilizado antes de la conquista, antes de lograr el objetivo, esto aplica en casi todas las tareas donde obtener lo que se quiere implica convencer a otra u otras personas. Donde hay un juego de voluntades, uno que pide y otro que da, uno que pide el voto y otro que lo da.
En campaña política, la promesa es la moneda de cambio común, la crítica es la pinza que sostiene cualquier diálogo, lo imposible se vuelve posible, la inteligencia parece ser el brillo distintivo de quien busca el poder, los que van a salir o dejar el poder parecen retrasados mentales ante las posturas brillantes de los que pretenden llegar.
Después de tanto luchar por obtener el poder y sentarse a gobernar, se dan cuenta que los gobernados son mucho más que votos, se dan cuenta que no es lo mismo –jalarle a la campana que andar en la procesión-.
Enfrentan la realidad en primera persona, empiezan a entender el comportamiento de los que se fueron, se dan cuenta que no son tan inteligentes como les dijeron sus asesores que eran.
Los días se vuelven más largos de lo que en realidad son, quienes les aplaudían ahora les reclaman, quienes votaron por ellos se vuelven los principales reclamantes, y quienes fueron oposición se regocijan con las desgracias sociales.
En un gobierno democrático, aunque sea una democracia dirigida, el principal problema es la pobreza, en consecuencia, el dinero se vuelve tema fundamental, cuando las reservas se acaban, la deuda pública se incrementa y la deuda externa se multiplica… El destino del fracaso está más que escrito.
Los reclamos sociales tienen niveles: seguridad es el grito ensordecedor; corrupción la mina amenazante en cada paso que da el gobierno. Los gobernados se polarizan entre los que creen que todo pasará y la sociedad volverá a vivir segura, y los que piensan que el destino social está marcado por la violencia, la muerte, la inseguridad, la traición, la corrupción, la simulación, y será el tiempo el árbitro que salve a cualquier gobierno.
En tanto los gobiernos locales duran en promedio tres años, y los estatales y el federal seis años, el sufrimiento de ser gobernante dura máximo seis años, pero la secuela de los problemas pueden ser eternos.
La Presidenta, los gobernadores y los presidentes municipales, entienden bien ahora, la diferencia entre ser candidatos y ser gobernantes.