Por David Uriarte /
No se trata de gustos, se trata de información dura, de estadística de homicidios dolosos por cada cien mil habitantes en todos los estados del país. Una cosa es vivir donde la incidencia delictiva es alta, y otra cosa es promediar la suma de todos los homicidios dolosos en el país. Esto se convierte en una verdad que duele.
Duele saber o escuchar que la tendencia de los homicidios dolosos muestra una disminución del 25 % desde el primer día del gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, pero en Sinaloa la percepción es distinta. Es un contraste que duele. Qué bueno que hay una disminución significativa; no tan bueno —o incluso malo— que Sinaloa viva una guerra sin sentido y, aún más, un clima de violencia inusual.
La vida es lo más preciado del ser humano; la salud y la libertad forman parte de ambiciones naturales de cualquier persona, a pesar de saber —o conocer— el destino inapelable de la vida: la muerte.
El aderezo de la estadística por muerte violenta en Sinaloa son las secuelas directas o indirectas: dolor y sufrimiento de miles de familias por la irreparable pérdida de un ser querido, más desempleo, más bajas en la seguridad social como el IMSS e INFONAVIT, más pobreza, más tristeza, y más esperanza de una salida rápida del túnel de la muerte.
Es una verdad que duele: tener que remar con las experiencias traumáticas de tantos hogares enlutecidos. A estas familias difícilmente les cabe en la cabeza la idea de un buen desempeño del gobierno en materia de seguridad pública, aunque así lo demuestren los números en los casi once meses del régimen actual.
Saber que hay lugares en la República Mexicana donde los índices delictivos prácticamente son cero, en contraste con aquellos donde la incidencia es sumamente alta, llama la atención y se convierte en una invitación al análisis del fenómeno sociológico. ¿Por qué un lugar sí y otro no? ¿Son los lugares o son las personas? Pueden ser muchas cosas.
Mientras los estudiosos de la conducta y el comportamiento humano determinan las causas o los factores asociados al fenómeno delictivo, la sociedad sinaloense vive una de las peores experiencias del siglo XXI en materia de seguridad pública, a pesar del 25 % de disminución en la incidencia de homicidios dolosos en México.
Una verdad que duele y que se dificulta integrar a la razón colectiva.