Por David Uriarte /
Los acontecimientos internacionales, nacionales, regionales y locales, de alguna manera, impactan la conciencia social. Todos los días hay noticias buenas, noticias relevantes relacionadas con grandes descubrimientos científicos y tecnológicos, con el avance de la ciencia en el campo médico, con la esperanza de aliviar, curar o evitar una serie de enfermedades que tienen sentenciadas a millones de personas en el mundo: niños con cáncer, hombres y mujeres jóvenes condenados a vivir pegados a una máquina o a un aparato que les sustituye algún órgano o alguna función. Y no se diga, septuagenarios y octogenarios extraviados de su mente o víctimas de enfermedades neurológicas que ponen en conflicto las definiciones de esperanza de vida y calidad de vida.
Mientras tanto, cada persona, cada familia, experimenta y vive un mundo particularmente saludable o particularmente enfermo. Qué bueno que existen noticias atractivas, esperanzadoras, dignas de un reconocimiento social; no tan bueno que las condiciones o circunstancias personales o familiares afecten, de una u otra forma, la vida, la integridad, la salud, los bienes, la economía, la educación, la seguridad, la paz y la tranquilidad.
Mientras el miedo inunda la mente con pensamientos tristes, el tiempo no se detiene: el reloj de la vida sigue su rumbo. También hay mentes con pensamientos positivos, propositivos, alegres, optimistas, con tendencia al bienestar y la felicidad. Ese sería el mejor de los rumbos para cualquier persona y cualquier sociedad.
Mientras los panteones reciben a sus muertos, los nacimientos siguen estimulando la estadística de natalidad. Los niños se están convirtiendo en una especie en peligro de extinción; mientras tanto, las mascotas se forman en la fila de los afectos de hombres y mujeres con miedo o indiferencia a la crianza o a la responsabilidad de las semillas de las nuevas generaciones.
Mientras el miedo a ser víctima de la violencia empieza a volverse volátil, la ansiedad se convierte en compañía perenne, y la suerte se transforma en el escudo protector ante cualquier riesgo diario. A la sociedad solo le queda un camino: no hay opción, o el encierro o el riesgo.
Mientras el encierro deja de ser opción, el riesgo relativo es la única compañía. Guste o no guste, solo hay un porcentaje reducido de personas protegidas.
Mientras tanto, la suerte sigue siendo la mejor compañía.













