Por David Uriarte /
Muchos le apuestan al olvido que engendra el pasado. El tiempo y la distancia se encargan de enterrar historias, desaparecer memorias y colocar la tapa del olvido en el pomo de los hechos. Sin embargo, a veces el pasado toca la puerta del presente como el hijo pródigo que regresa a casa.
El tema del pasado es recurrente en las relaciones de pareja y en la política. Son recuerdos incómodos que laceran la seguridad y el bienestar de la pareja, temas inconclusos donde aún no se dicta sentencia, expedientes abiertos, empolvados y potencialmente tóxicos si no se archivan de forma definitiva.
En las políticas públicas ocurre lo mismo que en las relaciones de pareja. Gobiernos van y vienen, y todos le apuestan al olvido, a la maleta del pasado, al envejecimiento de una generación afectada, al engaño insidioso y al polvo del tiempo que entierra los hechos, dejando siempre un hilo de conexión llamado historia y recuerdo.
El presente de hoy será el pasado de mañana. Los hechos recientes mantienen una memoria activa, como una ampolla que solo el tiempo desinflama. ¿Quién recuerda la quema de camiones en Culiacán, el 30 de junio de 1972? ¿Quién recuerda al grupo radical llamado los enfermos en la UAS? Es pasado, enterrado en el polvo del olvido, noticia para las nuevas generaciones, historias increíbles para muchos, olvidadas para otros y escondidas para los protagonistas.
En la política gubernamental, el pasado funciona como una enciclopedia que guarda historias desconocidas, incluso con tintes fantasiosos cuando sus protagonistas las cuentan, las recuerdan o alguien las refiere. Muchos actos de autoridad, encarpetados en la memoria de unos pocos, pueden tocar la puerta del presente y cambiar, si no el destino, sí la percepción ciudadana sobre gobernantes que en su momento gozaron de cierto grado de popularidad o despertaron cierto grado de sospecha.
Si el Poder Judicial de la Federación o alguna ministra propone abrir casos juzgados, el concepto de cosa juzgada tomará un sesgo interesante para las grandes decisiones que encierran grandes justicias o grandes injusticias. Allí cobra fuerza la idea de un pasado que alcanza al presente.
A veces el pasado alcanza al presente en el velorio de aquella persona que parecía impoluta: es el llanto del hijo desconocido o el sollozo del amor eterno, la presencia de un pasado que nunca se fue.















