Por David Uriarte /

Es difícil imaginar a México y a los mexicanos sin su Virgen de Guadalupe; esto confirma la influencia del medio ambiente. La cultura es el mensaje de la evolución. Sin la llegada de los españoles es posible que la adoración y la brújula de la fe fueran otras cosas; tal vez ni existiera el concepto de fe. Gran parte de la identidad se construye con el sentimiento de pertenencia. El espíritu gregario incluye grupos sociales, pares, seres de luz o como se les denomine en el lenguaje de la fe.

Antes de la llegada de los españoles, las creencias en seres supremos tenían un espectro muy amplio, desde animales como tigres y aves hasta potencialidades como el sol, la luna, la tierra, el aire, el fuego y el agua. La religión, con sus figuras representativas de bondad, capacidad indulgente y refugio transformador del sufrimiento en paz, se convirtió en un nicho cuya inmensidad alberga un porcentaje muy alto de mexicanos que hoy tienen fervor y devoción guadalupana.

Las personas, en general, necesitan algo más que la razón: algo superpoderoso que rebase cualquier potencialidad humana, algo inexplicable, intangible, subjetivo, algo que solo redime el concepto de fe. La devoción guadalupana es la expresión de un segmento importante de mexicanos. Traducido en números, son millones de feligreses, creyentes en Dios, Jesucristo y la Virgen de Guadalupe. Aunque la competencia de las vírgenes está diluida en la fe católica, la Guadalupana es una representación altamente significativa en todos los segmentos de la población.

Si las creencias representan la alfombra por donde caminan los pasos y la conducta personal, la creencia y la fe en la Virgen de Guadalupe conforman un fenómeno extenso en muchos países del mundo, más en Latinoamérica y mucho más en México. La devoción guadalupana se clasifica en dos grandes segmentos: la devoción explícita, aquella que se ejerce, se presume, se cuida y se fomenta, aquella que deja de lado los compromisos sociales, familiares, académicos o laborales para expresarse en el lugar que corresponde; y la devoción implícita, discreta, restringida, personal, íntima, aquella que no se presume ni se socializa, pero existe como parte medular de la fe cristiana.

La devoción guadalupana es producto de la conquista, producto de los aprendizajes del miedo al infierno y de la búsqueda de una intercesora para el perdón y la vida eterna.