Por David Uriarte /

Sin duda la ponzoña que atormenta a los mexicanos es la inseguridad, la sed de justicia y el hambre de estar y vivir seguros es más que una aspiración, es un derecho que se convierte en alimento distante, visto en la envoltura del paquete donde el discurso es la sustancia y la esperanza los cubiertos.

Las reformas presentadas por el presidente López Obrador son sin duda una aspiración legítima, democrática si se quiere, pero es “una comida que no le quita el hambre” de seguridad a todos los mexicanos lastimados por la violencia y víctimas de las cifras cada vez más robustas de inseguridad.

La manifestación de los transportistas por todas las carreteras de México, es el contenido de inconformidad que se derrama ante un recipiente que ya no soporta más actos de violencia, asesinatos, lesiones, robos, extorsiones y toda clase de conductas delictivas, han soportado por años los conductores del transporte de carga, los dueños de los tractocamiones, y la industria que requiere sus servicios para hacer llegar la mercancía a su destino.

El costo del combustible para los camiones de carga, el costo de las casetas de peaje, las condiciones deplorables de las carreteras, y la inseguridad de las mismas, hacen del transporte de carga un riesgo inminente, y del oficio de chofer una invitación a la rifa de la muerte.

Las iniciativas que presentó el presidente a la cámara de origen, pueden ser extraordinariamente buenas, pero siguen siendo comida que no quita el hambre, son buenas intenciones, pensamientos de avanzada, iniciativas que pueden resolver lo importante pero no lo urgente: la inseguridad.

Nadie duda del desempeño del presidente en sus funciones, sólo habría que agregarle la carencia de una estrategia objetiva y práctica, que pueda contener la inseguridad en México, y junto con ello, habría que sumarle la necesidad urgente de contar con un modelo de atención a la salud que vaya más allá del discurso o la ocurrencia de pensar que, así como llegan las “sabritas y la coca cola” a los lugares más recónditos de México, así llegarán las medicinas a los enfermos.

Si los habitantes de los poblados lejanos a la “civilización” deja de consumir golosinas o refrescos de cola no pasa nada, o si los consumen dos o tres veces al año, no así, si dejan de recibir atención médica o los medicamentos para restablecer su salud.

Por eso, hay comida que no quita el hambre.