Por David Uriarte /
La personalidad y la comida tienen algo en común: ambas se tienen que preparar.
El cuidado parental marca la existencia de la persona, mientras un becerro nace prácticamente caminando, un niño tarda entre nueve y doce meses para hacerlo; un venado o un león, a los dos años son independientes; un niño tendrá que esperar veinte años para que termine su adolescencia, tenga su identidad, capacidad para razonar y en el mejor de los casos, capacidad económica suficiente para su autonomía.
Así como los platillos requieren de un proceso para alagar al paladar, así los niños requieren de un proceso de formación para funcionar en la familia y la sociedad; todos los días vemos madres y padres construyendo o reforzando conductas antisociales en sus hijos -en la gran mayoría- sin saber o tener conciencia de lo que están haciendo con lo que dicen querer tanto.
Niños pateando a sus padres, escupiéndoles, caminando por la mesa de los alimentos, tirando el biberón en muestra de desacuerdo, tirando abruptamente la comida servida en el plato, golpeando a la persona que le quita o no le deja ver el iPad o celular de las caricaturas mientras consume sus alimentos, en fin, decenas de conductas impulsivas, desordenadas, fuera de lugar, agresivas, violentas… y padres permisivos, con sentimiento de culpa, inermes ante conductas enfermizas, solapadores o promotores de conductas que en el tiempo serán dañinas para la vida familiar y social.
Están incubando al joven irreverente, irrespetuoso, disocial, a la pareja agresiva, violenta, enferma que será promotor de la estadística antisocial, y eventualmente, al sociópata que tendrá como reducto temporal o final un centro penitenciario.
Los futuros agresores sociales se detectan a tiempo en casa, siempre y cuando los padres o tutores tengan claro o tengan conciencia que tipo de hijos o personas quieren formar.
El discurso enfermo de “es un niño”, “se le va a pasar”, “no sabe lo que hace”. O bien, ponerse a conversar diciéndole cosas que no entienden justificándose en el clásico pensamiento de “es muy inteligente”; a estos adultos hay que recordarles, que, en teoría, la adolescencia termina cuando hay capacidad de abstracción, capacidad que no tiene ningún niño.
Sin disciplina no hay formación; sin disciplina… así crecen los agresores.