Por David Uriarte /

Los hechos sólo revelan la realidad. Hace años, tal vez décadas o siglos, la sociedad sinaloense empezó una transición hacia la degradación. No toda, por supuesto, sólo una parte: aquella cuyo origen es la sierra, poblados marginados donde la naturaleza es la proveedora de las condiciones de su desarrollo. Por eso, en el siglo pasado, la siembra de amapola y marihuana fue una opción interesante para la población que buscaba el sustento para sus familias.

La marihuana y la amapola son las abuelas del mercado actual, donde el fentanilo es el nieto desobediente. La siembra de estos dos enervantes de origen natural se daba bajo las condiciones de una tierra de temporal, entre arroyos y barrancos, en las faldas de los cerros, más pegado a los arroyos.

En la década de los setenta del siglo pasado, la Procuraduría General de la República (PGR) utilizaba helicópteros para fumigar los enervantes en la sierra de Badiraguato, Durango y Chihuahua: el famoso Triángulo Dorado.

Con el tiempo, la inteligencia de los pobladores de estas latitudes los empujó a buscar mejores opciones dentro del mismo giro comercial (narcotráfico). Se dieron cuenta de que a los adictos a las sustancias químicas —de origen natural o sintético— les gustaba el efecto rápido por la vía más cómoda.

Fumar implicaba un cierto grado de dificultad; inyectarse heroína también: calentarla, derretirla, convertirla en una sustancia líquida para después cargar una jeringa de insulina se convertía en toda una odisea para el adicto. Así apareció la cocaína, una droga de consumo por la vía nasal, con una respuesta casi inmediata, de uso discreto y sin tanta parafernalia.

Un kilo de cocaína representaba mucho más negocio que un kilo de marihuana o un kilo de goma de opio. El negocio empezó a florecer hasta llegar a traficar toneladas por todas las vías: carreteras, agua y aire. Por eso apareció el alias “el Señor de los Cielos” en las décadas de los ochenta y noventa del siglo pasado.

Una cosa llevó a la otra. Los ingresos millonarios cultivaron el virus de la envidia entre este grupo de comerciantes, a tal grado que la muerte violenta llegó a formar parte de los impuestos agregados. Es decir, era más fácil y costaba menos eliminar al acreedor que pagarle o cubrir la deuda. Esto generó una cultura del miedo, la violencia y el glamour.

Esta es la raíz de la degeneración generacional.