Por David Uriarte /
No es lo mismo delincuente que asesino; el delincuente trasgrede normas y leyes, el asesino va más allá, quita lo más preciado del humano: la vida.
Conforme aumenta la cifra de homicidios dolosos en México, surgen voces proféticas que buscan en el efecto la causa, sin embargo, gobiernos van y gobiernos vienen y la cifra sigue al alza.
Remedios caseros basados en ocurrencias, estrategias políticas con tintes electorales, recomendaciones técnicas basadas en la comercialización de equipo y armamento, réplica de modelos disuasivos de otros países… pero, nada detiene los ríos de sangre y los océanos de luto en la sociedad indefensa, y víctima de promesas de los gobiernos en turno, basadas en la culpa de los gobiernos pasados.
¿Las personas asesinas nacen siendo asesinas o aprenden a serlo? ¿Los médicos nacen siendo médicos o aprenden a serlo? Ahí está la respuesta, son los aprendizajes lo que lleva a las personas a su autorrealización, aunque ésta contribuya al malestar sociofamiliar.
La edad promedio de los asesinos se encuentra en la tercera década de la vida, los menores de 20 años y los mayores de 40 años son la excepción. Al termino de la adolescencia, las personas ya tienen estructurada su personalidad y su capacidad de abstracción, ya tienen conciencia de lo que hacen o dejan de hacer.
El horno donde se cuece y articula el pensamiento y la conducta, es la familia. Los hijos aprenden de lo que ven aunque escuchen otras cosas; cuando crecen amorfos, sin orientación al bien, o con orientación sociopática por una conducta laxa por parte de los padres o la familia, los hijos pueden escoger la vía corta, la vía del menor sacrificio, la vía de lo fácil y en consecuencia la vía de la delincuencia cuya graduación sociopática es la violencia, en cualquiera de sus expresiones coronando con el homicidio.
Nadie puede dar lo que no tiene, si los padres carecen de vocación como tal, el resultado es una sociedad salpicada de hijos disfuncionales, antisociales y sociopáticos… Una sociedad que sufre las consecuencias de padres ausentes emocionalmente, adictos a cualquier cosa menos a la crianza funcional de sus hijos.