Por David Uriarte /
Gritar, aplaudir, o hacer ruido para manifestar alegría o simpatía por alguien, es frecuente en los procesos electorales; la creencia de un futuro mejor para la familia y la sociedad es el camino de una conducta a veces irracional.
La inocencia en política no se relaciona con retraso mental, se asocia con buenas intenciones, con creer en la persona o personas que solicitan apoyo en las urnas. Estas creencias y/o buenas intenciones, terminan ahogadas en la traición de las mentes perversas y conscientes de lo inalcanzable de sus propuestas.
Una cosa es la inocencia política de los votantes, y otra la inocencia política de los candidatos o aspirantes a puestos de elección ciudadana.
La inocencia política de los votantes por fortuna no es generalizada, se reduce a un núcleo de ciudadanos bien intencionados, creyentes de las propuesta aunque sean inviables, son personas que compran sueños y fantasías a los vendedores de ilusiones.
La apuesta de la perversidad de algunos candidatos, buscará distintos cauces: redes sociales y medios tradicionales, más las dádivas propias de un proceso que busca simpatías.
Las estrategias son dinámicas, antes eran despensas, gorras, abánicos, camisetas, memorias USB, o gestión de trámites… hoy se agrega el apoyo en efectivo con distintos disfraces: becas, apoyos a estudiantes y adultos mayores. Y desde la oposición, dinero en efectivo, previo compromiso tácito o expreso de tributar en las urnas la intención del voto.
No se trata necesariamente de la compra de conciencias o de complicidad, se trata de mentes inocentes, sin malicia, creyentes del discurso de los “lobos con piel de oveja”.
Entre la inocencia y el fanatismo, la diferencia es la obsesión. Mientras el inocente cree, el obsesionado piensa, es decir, el inocente no cuestiona y el fanático vende a cada paso la idea que compró.
El cerebro es una maquina extraordinaria, mueve voluntades, construye motivaciones, fortalece emociones, mueve estados de ánimo y defiende creencias aunque sean producto del fanatismo o la inocencia.
El aspaviento de los inocentes en política, ya es una realidad en redes, y dentro de un mes será un verdadero carnaval de diferencias ideológicas.