Por David Uriarte /

Los problemas en la vida de relación con los padres, la pareja, los hijos, la familia, el trabajador, el jefe, los amigos o cualquier persona, se derivan de la incapacidad para entender o diferenciar términos y frases tan sencillas como “bueno” o “malo”, “me gusta” o “no me gusta”, “acepto” o “no acepto”.

No saber diferenciar conceptos básicos en la comunicación, limita la capacidad negociadora y promueve la rigidez de pensamiento.

Quienes utilizan la frase “estas muy mal”, deben saber o recordar que los conceptos de bueno o malo se refieren a juicios de valor, a juicios particulares derivados de criterios o normas personales aprendidas en la familia o la sociedad, especialmente, expectativas no cumplidas por los demás.

Hay que aprender a diferenciar entre lo que gusta o agrada de lo que no gusta o no agrada, una cosa es que no guste y otra que esté mal; esta confusión es la ‘leña que atiza la lumbre’ de las diferencias y los problemas interpersonales.

Las personas con distorsiones cognitivas, con juicios que cierran la puerta a la diferencia, tienen garantizados los problemas con los demás, lo primero que deben entender es que lo bueno para ellas, no necesariamente lo es para los demás; entender esto es parte de la garantía de vivir en paz o sin sobresaltos emocionales.

Muchas parejas buscan ayuda creyendo que el psicólogo es el árbitro que definirá lo que está bien o lo que está mal, no se dan cuenta que hay pensamientos, emociones, percepciones y conductas de su pareja, que a ellos les causan conflicto… Están convencidos que la vida en pareja sería funcional si la pareja pensara, sintiera, percibiera y se comportara como ellos quieren o piensan. Parte del trabajo psicológico es ayudar a estas personas a darse cuenta del grado inconsciente de su control y manipulación que pretenden ejercer con la pareja o los demás.

La rigidez de pensamiento se convierte en la piedra que tropieza la persona una y otra vez… la lesión del tropiezo es el sufrimiento; estas personas terminan en la cárcel de su propia libertad, se encierran entre los barrotes de sus creencias y la cerradura de sus pensamientos, deciden o prefieren sufrir que cambiar la forma de pensar.

No nacieron así, aprendieron a pensar de cierta manera, aprendieron a sufrir, prefieren perder la pareja, la familia, el trabajo, o la amistad, que resignificar o modificar sus pensamientos.

El buen fin emocional, depende de la persona.