Por David Uriarte /

La imaginación intenta suplir las deficiencias, entre el término de las campañas y el día de la elección, el desespero empieza a producir escozor en los equipos de campaña, igual en los presidenciales que en los locales, candidatos a regidores y candidatas a la Presidencia de la República, igual unos que otras, mantienen una sola expectativa: ganar.

El desespero estimula las neuronas de los coordinadores, asesores, creativos, administrativos, operativos, encargados de la imagen o el contenido, representantes o simplemente interesados en formar parte del triunfo y si se puede asegurar un buen trabajo.

El desespero puede corromper la moral si es que hay, puede trasgredir la ley, puede violentar los derechos de la competencia, puede buscar atajos para facilitar la notoriedad, puede valerse de artimañas para posicionarse en la mente del electorado, puede establecer compromisos incumplibles, o pude tratar de descarrilar el proceso por la certidumbre de la derrota.

Puede ser que las o los candidatos sean honestos, responsables, leales a la verdad, pero sus colaboradores, simpatizantes, o sus partidos, busquen el arribo o la permanencia en el poder, con todos estos asegunes, la vulnerabilidad de la democracia está en riesgo, sin embargo y a pesar de todos los riesgos, lo único que puede legitimar este proceso electoral es salir a votar.

El desespero empieza a contaminar de alguna manera a la sociedad, hay grupos encargados de difundir noticias falsas, otros son partidarios de la descalificación sin ningún recato, como si se tratara de la oferta de un producto o servicio donde la competencia quiere ganar clientes sobrevalorando sus productos y descalificando los otros.

El desespero puede llegar a tal dimensión, que involucre los poderes fácticos dando paso a los ilícitos vestidos de impunidad, manchando de miedo o desgracia la joya de la corona de toda democracia que son las elecciones libres e informadas.

El desespero por perder es del mimo tamaño que el desespero por ganar, los que ya están en el poder no lo quieren perder, y los que no lo tienen lo quieren arrebatar a como dé lugar.

El desespero del partido en el poder puede caer en la tentación de utilizar la maquinaria oficial para promover a sus candidatos y obstaculizar a la competencia a través de triquiñuelas, pudiera ser.

El desespero puede manchar la democracia.