Por David Uriarte

El silencio de los culpables supera con mucho la película “El silencio de los inocentes” (1991) dirigida por Jonathan Demme, basada en la novela homónima de Thomas Harris que relata la historia de Hannibal Lecter, un psiquiatra y asesino que practica el canibalismo.

Más de tres décadas han pasado y la película sigue ranqueada en la mente y el gusto de las generaciones cinéfilas de la década de los noventas del siglo pasado.

El silencio de los culpables es una condición social cuya vivencia la experimentan críticos de café, renegados de banqueta, analistas sin voz, voces afónicas, o resentidos con el nuevo régimen político que impera en México desde la llegada de Andrés Manuel López Obrador.

El silencio de los culpables es el resultado de lo mismo, del ejercicio del poder desmedido, justificado bajo el murmullo del dogma, dirigido bajo las mejores intenciones de quienes detentan el poder político y económico de un país.

La construcción de una nación requiere tiempo, sentido social, objetivos y metas definidas por un poder cíclico, renovado, pero con los mismos ideales, es precisamente la ciclicidad del poder lo que rompe la inercia del dogma, lo que induce clarificación de los conflictos sociales para poder resignificarlos y redireccionar el rumbo de una sociedad.

La expresión democrática es evidentemente disminuida, sin embargo, es lo que hay, es el silencio de los culpables y el grito de los empoderados.

Los juicios de valor se quedan cortos ante la contundencia de la realidad, la potencia y alcances de las decisiones del partido en el poder, tienen el sello del silencio de los culpables, un grupo de inconformes que gritan desde su comodidad, se quejan de lo que construyeron, odian lo que engendraron, y esperan sus consecuencias sentadas en la comodidad frente a un televisor que les informa cómo va el guion de la película que protagonizan.

El silencio de los culpables es la mejor versión de un segmento social que no aprendió de la experiencia, que pensó en la eternidad de su bienestar, en el carro completo, en la aplanadora, en el voto corporativo, en el mayoriteo fácil, pensó en todo; menos en el hartazgo de la mayoría.

Las necesidades básicas del humano empiezan por el estómago, esto se les olvidó a los aprendices de ricos y hoy pagan caro su desprecio al tubo digestivo, el silencio de los culpables es la pesadilla producto de su indigestión.