Por David Uriarte

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la ética o deontología médica, agrupa a una serie de normas y principios que inspiran y que además guían el trabajo de los profesionales médicos, y según la Real Academia Española, la ignorancia es la falta de conocimiento. Estas dos variables: ética médica e ignorancia, protagonizan encuentros más dramáticos que las peleas de kickboxing.

Hay casos donde la línea de lo justo y lo legal se difumina por los sentimientos humanos, aquí es donde se debe poner atención desde el principio, la ética médica incluye el consentimiento informado de los alcances y limitaciones de la asistencia médica que puede incluir una serie de acciones y procedimientos.

Una cosa es el esfuerzo profesional, la ciencia y la tecnología de punta, y otra la resistencia propia de un organismo cuya singularidad es impredecible y desconocida.

Es precisamente en momentos de urgencia cuando la tensión de los implicados (médico-enfermo-familiar) puede explotar, en aquellos enfermos que requieren estar en la Unidad de Cuidados Intensivos, entre otras consideraciones deben estar dos: la gravedad del caso y la posible recuperación del paciente, de otra manera no tendrían sentido estas unidades especializadas ni los especialistas en medicina crítica.

La ignorancia de los temas médicos y su gravedad, es propia de cualquier persona ajena a la medicina, por eso, la ética médica impone entre otros criterios, la información de la gravedad a los familiares de pacientes de cualquier tipo, especialmente los que se encuentran en estado crítico.

Hay enfermedades cuya evolución fatal se da en termino de horas o minutos, por eso los familiares dicen “si llegó bien al hospital, llegó caminando, cómo es posible que haya fallecido” … Ante la pérdida irreparable de un ser querido, no hay explicación que satisfaga, excepto la resignación derivada de la fe y la creencia en los designios divinos.

Las cosas se complican cuando no hay claridad en los procesos de atención, la información se diluye y la ignorancia empuja para formar la tormenta perfecta. El duelo no quiere saber nada de la ética, por eso, hay que pecar de precavidos.