Por David Uriarte /
Los que tengan trabajo que trabajen, los que buscan trabajo que encuentren, los jubilados y pensionados que disfruten su soltería laboral, los alérgicos al trabajo que se mantengan aislados donde no hagan daño, el trabajo es el medio para encontrar el fin que se llama dinero.
La economía de los mexicanos es tan volátil como el alcohol, con un viento inflacionario tan fuerte, no hay economía que resista, el aumento al salario mínimo es una recarga para traer datos y pedir ayuda.
El trabajo se mide por los resultados, de poco sirve la frase de “es muy trabajador o trabajadora”, si el resultado medido en pesos es tan bajo que no alcanza para lo indispensable y siempre se viene arrastrando una deuda a veces impagable.
El 40 por ciento de la población económicamente activa vive o sobrevive con un salario mínimo; un 20 por ciento vive con dos salarios mínimos; un 15 por ciento con tres o cinco salarios mínimos; un 10 por ciento con hasta 10 salarios mínimos; un 5 por ciento con hasta el equivalente a 30 salarios mínimos; un 9 por ciento se pueden considerar ricos; y un 1 por ciento millonarios.
Falta incluir a los pobres que sobreviven con menos de un salario mínimo y a los desempleados. La cultura del trabajo debe ser reforzada con la cultura del estudio, un país donde sus habitantes adultos terminaron por lo menos una licenciatura es un país con mucho que ofrecer a las familias y a las empresas, familias con mejor remuneración y empresas con mayor competitividad.
Los cinturones de pobreza se reducen cuando la academia se convierte en el aire que respiran, las oportunidades encuentran a los estudiados y a los que mantienen una actitud positiva ante la vida, la indefensión aprendida de la que tanto habló el creador de la psicología positiva Martín Seligman, consiste en comportarse pasivamente, con la sensación subjetiva de no tener la capacidad para hacer algo más, son las personas que se resignan creyendo que la pobreza es la condición de su destino.
La pobreza es una condición que se posiciona primero en el cerebro y después en el bolsillo, ponerse a trabajar es la primera parte de un final feliz o menos trágico; convertir el trabajo en dinero suficiente para estar cada vez mejor, es la segunda parte de una vida familiar que busca dejar la indefensión aprendida y hacerse responsable de su vida y circunstancias.
Todo se mide por resultados.