Por David Uriarte / 

 

Suena interesante el criterio por el cual se designan los titulares de áreas sensibles como la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, El Consejo Nacional para Prevenir La Discriminación, El Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales, La Unidad de Inteligencia Financiera, el Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas, y todas aquellas instituciones cuya función tiene que ver con los derechos fundamentales del ser.

Si el criterio para la designación tiene que ver con las vivencias, entonces la señora Isabel Miranda de Wallace pudiera ser funcionaria de la Fiscalía General de la República, o titular de la Unidad antisecuestros por lo menos, los que han perdido familiares por el coronavirus pudieran aspira a la titularidad de la Secretaría de Salud, los que viven en la pobreza por no haber estudiado son candidatos naturales a dirigir la Secretaría de Educación Pública, y un deprimido al Instituto Nacional de Psiquiatría.

Suena interesante encontrar criterios diferentes, criterios apegados al afecto, el compromiso y una visión remasterizada, es decir, “fuera de la caja”. Las luchas sociales por encontrar la paz y la justicia han inspirado a distintos actores de la política contemporánea, en el régimen del presidente López Obrador, se exhiben las mejores intenciones, sin embargo, la incapacidad en el manejo de crisis es frecuente.

Es evidente que nadie está obligado a lo imposible, hay cuellos de botella jurídicos, abismos insalvables en hechos e historias que si bien es cierto, lastimaron a muchas familias, las condiciones reales vuelven imposible la reparación del daño.

Entre la reparación del daño y el reclamo a las instituciones, aparece la oportunidad para que la Comisión Nacional de los Derechos Humanos le de calor y muestre el afecto empático a quienes se atreven a reclamar envueltos en el sufrimiento propio de pérdidas irreparables.

La revictimización es producto de la incapacidad para atender temas más que burocráticos, temas de sufrimiento humano, no hay intención o perversidad, sólo incapacidad que pudiera solventarse con la actitud humilde de aceptar que la vocación sin habilidad, es iatrogenia.