Por David Uriarte /

La disminución transitoria del agua es un fenómeno climatológico que afecta todo tipo de vida, la muerte se asoma por esa ventana cada año, a veces tan amenazante que mueve la conciencia de gobernantes para buscar la mejor salida social.

La disminución cíclica del abasto de agua para consumo humano en ciertas poblaciones, es previsible y en consecuencia se adoptan medidas transitorias mientras la naturaleza se encarga de restablecer la carga de los mantos freáticos, sin embargo, la mortandad de animales destinados a la producción de alimentos y al trabajo del campo, es un dato de alarma y riesgo a la salud.

Todos los años se repite la historia, la sequía es un fenómeno esperado por la población que la padece y el gobierno que la subsana, sin embargo, la peor sequía que vive la población mundial, no es la del agua, es la sequía de la conciencia… Es no darse cuenta de las amenazas reales que se esconden detrás de fenómenos sociales y políticos, la naturaleza no es perversa, en cambio, la condición humana abarca un espectro que oscila entre la bondad y la maldad, entre la ignorancia y el dolo, entre la espontaneidad y la intencionalidad; por eso, la sociedad se polariza, las familias se dividen, las clases sociales se segmentan, la economía se vuelve escurridiza, la solidaridad se pulveriza, y el bienestar se vuelve esperanza.

La sequía de la conciencia vuelve a la persona un primate, un homínido incipiente, un homo sapiens que busca sobrevivir en la convulsionada selva de asfalto. Cuando la conciencia se ausenta, las emociones y los impulsos se desatan, el orden, la disciplina y los limites se pierden, la agresión se convierte en violencia y el respeto por la vida se pierde.

Las nuevas generaciones viven la transición de lo presencial a lo virtual, del contacto físico y emocional a la sequía de la distancia, la robotización tecnológica y la inteligencia artificial, fortalecen la individualidad y debilitan la vida de relación.

La peor sequía que está enfrentando la humanidad, es la deshumanización de los vínculos afectivos, la anemia emocional que prevalece como secuela de una evolución filogenética contaminada por la sobrevivencia colectiva, hoy, el culto a la soledad, el individualismo, el éxito personal, el brillo narcisista de un “yo” soberbio que busca casa despreciando un hogar, busca hospital despreciando la salud; esa es la peor sequía.