Por David Uriarte /

Poco a poco las aguas pasionales de los deseos políticos personales vuelven a su cauce, los protagonistas se dan cuenta de sus arrebatos carnales y moderan sus impulsos, buscan el acercamiento y la conciliación en un diálogo respetuoso y civilizado.

El respeto es una palabra difícil de convertir en práctica, sólo las mentes civilizadas logran apaciguar sus deseos irracionales propios de la búsqueda del placer per se, para dar paso a las diferencias o divergencias de pensamiento.

El cedazo de la realidad está dejando en la superficie visible a muchos políticos de talla civilizada, aquellos hombres y mujeres que de alguna manera fueron relegados por las decisiones de quienes en su momento tienen el poder discriminatorio.

Muestra de civilidad política es Jesús Valdés Palazuelos, un político de tiempo completo que teniendo promesas en la bolsa, éstas se desvanecieron por arte de magia dando lugar a nuevos escenarios que hoy lo mantienen en el cuarto de máquinas de un ‘Titanic’ con pronóstico reservado.

En la vida no se tiene lo que se merece, se tiene lo que se negocia, y la negociación de Mario Zamora Gastélum fue mejor “aparentemente” que la de Jesús Valdés. De cualquier manera, el aprendizaje tiene que ver con orden, disciplina, límites y consecuencias.

Cambiar de opinión es bueno, así lo demuestra la neurociencia como muestra de inteligencia, por ejemplo, ahora es posible que personas incrustadas en la administración pública estatal, con experiencia en comunicación social, dejen su escritorio y se integren a la campaña de uno de los aspirantes a gobernar Sinaloa, eso era prácticamente imposible hace años.

Hoy la civilidad lleva de la mano acciones que antes eran señaladas por lo menos de contradictorias, eso es romper paradigmas y resignificar la vida pública para direccionar objetivos comunes en búsqueda de mejoras sociales.

Hablar de civilidad política implica hechos, los dichos son otra cosa, algunos resentidos y resentidas, de lo único que se quejan es de las formas, del incumplimiento de promesas y de querer “chamaquearlos”. Mucho de lo que se está viendo, se pudo evitar o mejorar con más civilidad política.