Por David Uriarte  /

Uno de los grandes dilemas de muchas parejas es lo relativo a la educación de sus hijos. Muchos tienen dinero pero prefieren la educación pública, otros no tienen el suficiente dinero pero prefieren la educación privada de sus hijos aunque sacrifiquen otras áreas importantes de la familia como vivienda, transporte, alimentación, salud, vestido, calzado, etc.

La industria o el comercio de la educación privada enfrentan un reto inesperado, la migración de sus alumnos al sistema educativo público, esto se debe o es parte de la nueva normalidad derivada de la contingencia pandémica.

Una cosa lleva a la otra, por una parte disminuye el ingreso familiar, y por otra parte los sistemas educativos invierten la dinámica del proceso enseñanza-aprendizaje, hoy el modelo presencial forma parte de la historia reciente, ahora todo o casi todo es vía internet, las plataformas diseñadas para este nuevo modelo tratan de resolver lo básico, aunque nunca será lo mismo lo presencial que lo remoto o distante.

Esta migración incipiente de la educación privada a la pública, tensa al sistema educativo público, privado, y familiar. Al aumentar la matrícula escolar del sistema educativo público, esto repercute en los procesos administrativos y de alguna manera repercute en el proceso de calidad de la enseñanza, que es precisamente el tema central de los padres que se sacrifican para mantener a sus hijos en el modelo de educación privada.

Al ver la desbandada de la matrícula escolar privada, se pone en alerta el negocio y el despido de su planta de maestros será la consecuencia previa a la probable clausura del negocio de la educación privada.

Al final de este proceso, los que enfrentan otra crisis son las familias, aquellas que sufren por no cumplir sus expectativas de mantener a sus hijos en otro “nivel educativo”, incluso aquellos que piensan que tener a sus hijos en colegios o escuelas particulares les da cierto estatus o nivel social, a eso hay que sumarle la pesadilla de soportar el llanto, la negativa, y la frustración de los hijos que piensan que estar en la escuela pública es cosa de “pobres”.

Este reto de la educación privada es parte de la nueva normalidad, una normalidad que duele.