Por David Uriarte /

Lealtad, agradecimiento, credibilidad y solidaridad, son las cadenas que rompen los traicioneros; el interés y la avaricia, son la fuerza que supera la confianza depositada en la persona que traiciona.

No son buenos ni son malos, simplemente son traicioneros… El humano es el único que traiciona porque es el único que razona, piensa, evalúa, y asume una conducta consciente bajo su voluntad.

La libertad de asumir conductas que rompen la confianza depositada en cualquier área de la vida personal, ya sea laboral, afectiva, social, partidista, administrativa, de gobierno, de representación o política, es el precio que paga el humano por su evolución.

Hay quienes traicionan las promesas hechas a los padres, a los jefes, a los hijos, los políticos generalmente traicionan a quienes les consiguieron trabajo, o a quienes creyeron y votaron por ellos.

Patear el pesebre o morder la mano, es la carta de presentación del traicionero. Los intereses personales superan los de grupo; la avaricia o envidia es el combustible que detona las motivaciones subyacentes de aquellos cuya hipocresía es la mermelada con la que endulzan los compromisos.

La traición al ser propia del humano, se exhibe en todos los ámbitos, en la pareja, la familia, el trabajo, y por supuesto: en la política.

Los políticos traicioneros no lo son por militar en tal o cual partido, lo son porque ésa es su cualidad, sus prioridades se almacenan en las plataformas del interés personal, la avaricia, la traición, y la envidia.

El traicionero igual se vende con uno que con otro, sólo basta que la oferta supere sus barreras endebles de confianza, lealtad, agradecimiento, credibilidad y solidaridad.

Hay políticos que han recorrido prácticamente todos los partidos, grandes y pequeños; políticos que se han sentado en curules locales y federales, representando una vez un partido y otras veces otros… Incluso cuando se les cuestiona su grado de conciencia en relación a la traición, terminan afirmando que son “fieles a sus principios”, a menos que la traición sea un principio, la sociedad y especialmente quienes votaron por ellos o quienes los propusieron para una silla en el Gobierno, siguen pensando que son traicioneros.

La vergüenza y la traición parece que no son compatibles, hay políticos que hoy cobran en la silla que antes denostaron, desprestigiaron, o devaluaron, y hoy es el pesebre que les arrulla como a niños de pecho inocentes.