Por David Uriarte /
La formación educativa es una cosa, y la vocación de los profesores es otra. Mientras la educación formal es un proceso que va de lo sencillo a lo complejo, la vocación es la identidad transformada en acción, es decir, es la satisfacción de hacer lo le gusta a la persona, algo parecido a la orientación sexual, algo que se descubre, se siente, y se puede o no ejercer.
Hay extraordinarios alumnos, también extraordinarios profesores, alumnos que odian el aula, que se resisten al aprendizaje o al proceso de abstracción donde el juicio se despierta a través de la atención, profesores sin vocación, sin espíritu de servicio a la educación formativa como parte del proceso de consolidación del aprendizaje.
Los niños, adolescentes y jóvenes, deben estar en las aulas del saber, los profesores deben estar a la espera de sus alumnos, ambos con sed: los profesores de enseñar, los alumnos de aprender.
La vocación es parte fundamental en el proceso enseñanza-aprendizaje, pero no lo es todo, el otro requisito es la habilidad, el dominio del conocimiento, y la capacidad para transmitirlo de manera pedagógica. Las competencias exhiben de cuerpo entero al profesor, también existen alumnos sedientos de aprender, dispuestos a incorporar ideas, transformar pensamientos en conocimiento, analizar y comparar una serie de condiciones que al principio se dan de forma inconsciente.
Hay verdaderos monumentos de profesores, hombres y mujeres con una vocación férrea y una habilidad extraordinaria para compartir sus conocimientos, enamorados de su profesión, también existen los profesores frustrados, cuya vocación es otra cosa, menos la enseñanza, profesores producto de la circunstancia, prófugos de la enseñanza como prioridad de su desempeño y compromiso adquirido con su escuela y su gremio.
Estos contrastes son evidentes ¿Dónde están los profesores con vocación y habilidad? ¿Dónde están los profesores frustrados? La respuesta es evidente y no necesita mucha explicación, el centro del análisis en temas importantes y sensibles para el crecimiento y desarrollo de un país como es la educación, refleja necesariamente dos variables; el gobierno y la sociedad.
Un gobierno permisivo y una sociedad perpleja, un gobierno tolerante con unos e intolerante con otros, una sociedad lastimada, con esperanza en la educación como fuente de bienestar para sus hijos.