Por David Uriarte /
Los candidatos que se enfrentan a la escasez de recursos financieros, han buscado la forma de allegarse a ellos de diferentes maneras. Una de ellas es la fórmula de “1000 de a 1000”, es decir, mil amigos que cooperan con mil pesos cada uno, un millón de pesos no son nada despreciables cuando las prerrogativas del partido que los postula los tiene en el abandono financiero por cualquier causa.
Como en el amor, la confianza es una condición indispensable en la política, más cuando se trata de dinero, por eso, la sociedad ya quiere que llegue el día de las elecciones y termine la parafernalia de ruido, reuniones, mensajes, memes, videos, calcomanías, lonas, espectaculares, spots, anuncios, imágenes y todo lo que termina siendo contaminación visual y auditiva para los órganos de los sentidos.
Al ser las elecciones más grandes de la historia de México, y tener en Sinaloa la representación de diez partidos nacionales y uno local, es de esperar que más de 500 personas anden en la calle y en las redes sociales ofertando sus propuestas. Unos en camiones acondicionados como casas lujosas rodantes, y otros y otras sudando la camiseta porque no les alcanza para más.
El tema del dinero siempre será la columna vertebral en la vida social y política, las cosas no se hacen por decreto o buenas intenciones, requieren de acciones que cuestan. Lo mismo les está pasando a hombres y mujeres que andan promoviendo sus candidaturas; tocar las puestas cuesta, gastar la suela del zapato cuesta, trasladarse cuesta… Son dos meses de trabajo intenso donde la vida personal y familiar se vuelve caótica o por lo menos atípica.
Apoyos en especie o en dinero son bien venidos dicen algunos candidatos y candidatas, claro, a los que tienen dinero eso no les preocupa aunque tampoco es garantía de triunfo.
Es cierto que el dinero es indispensable, pero el carácter igual o más, esos hombres y mujeres cuya inteligencia es igual o mayor al promedio, pero con un carácter insoportable… Aquellos o aquellas que llegan a decir –si no votan por mí, no me importa–, están sembrando la semilla de su destino. El pueblo se puede equivocar una vez, ¿pero dos?