Por David Uriarte /
Afirmar que no hay nada más valioso que la vida es una “verdad de Perogrullo”; sin embargo, la idea es reflexionar sobre el estado convulso que se vive en algunas partes de México, especialmente cuando faltan escasamente tres semanas para el primer aniversario de la crisis violenta en Sinaloa. Contar los homicidios dolosos solo es una referencia matemática; dimensionar el sufrimiento y los daños colaterales en la sociedad, como las restricciones a vacacionistas, es otra cosa.
Se puede permanecer con vida después de sufrir agresiones. Las secuelas pueden ser físicas y emocionales. Qué bueno que se conserva la vida, pero no tan bueno que permanezca el recuerdo como un trauma que da las buenas noches y los buenos días, hasta que se extingue con el tiempo, la resiliencia o con la terapia psicológica para el estrés postraumático.
Hay filas en las que nadie quiere estar. La primera de ellas es la fila de la funeraria, la segunda es la fila del hospital, la tercera, la fila de la cárcel, y así sucesivamente. Son filas que nos recuerdan que no hay nada más valioso que la vida: una vida saludable, con calidad de vida, una familia funcional, un ingreso decoroso derivado de un trabajo digno y la libertad.
Hay millonarios tras las rejas. También hay culpables que purgan condenas jamás imaginadas, menos cuando estuvieron en los cuernos del poder. Hay quienes están condenados a vivir el resto de sus vidas pegados a una cama de hospital o a una silla de ruedas, víctimas de las secuelas y de su “trabajo”. También hay inocentes que perdieron la vida de manera colateral, familias completas hundidas en la miseria, pagando el precio del brillo temporal del comportamiento ilícito.
Perder la vida es la única garantía de la existencia física; perderla de manera violenta es otra cosa. Hay muertes súbitas que no avisan, son inesperadas. Hay muertes crueles donde la tortura es la evidencia de mentes enfermas, donde el índice de maldad es tan alto que se expresa de manera indescriptible, con métodos dignos de una película de terror y espanto.
No hay nada más valioso que la vida. Así lo entiende el ser humano cuando se acerca al promedio de la esperanza de vida, cuando observa a su alrededor los riesgos inherentes en una sociedad convulsa, aunque sea de manera temporal. La seguridad, la paz y el bienestar siguen siendo aspiraciones legítimas de quien respira.