Por David Uriarte / 

El objetivo y fin de la existencia humana es la felicidad; eso decía Aristóteles. Distintas corrientes psicológicas se aglomeran alrededor de conceptos que no pasan de moda, pero sí pasan de lado; es decir, tanto se habla del amor que termina siendo un concepto barato. Lo mismo pasa con la felicidad: su grado de banalidad la traslapa con el deseo y el placer.

Desde la neurociencia confluyen elementos que suman posibilidades para ser feliz: un cerebro sano, una familia funcional, una personalidad fuertemente estructurada, una crianza estable, aprendizajes de empatía y socialización, entre otras tantas cosas importantes cuando se habla de felicidad.

El precio del crecimiento y desarrollo de las sociedades contemporáneas incluye la confusión de lo básico con lo superfluo; la moda arranca la raíz de lo elemental, la conexión con uno mismo promueve la competencia y vacía los principios de solidaridad humana.

El siglo pasado fue el despegue de la ciencia y la tecnología; los ojos fijaron la mirada en descubrimientos espectaculares, la mente olvidó la importancia de la sonrisa de un niño, la importancia del contacto humano, del tiempo compartido como la única cobija que realmente tapa a las personas. Hoy se tienen más lujos, pero hay más distancia entre las parejas y los hijos; la soledad es la sombra que acompaña a los humanos. Muchas ideas, muchos sueños, pero mucha distancia y frialdad en las relaciones interpersonales. El concepto de felicidad solo es eso: un concepto.

Tal vez lo más difícil de digerir cuando se habla de temas como el amor y la felicidad es la responsabilidad; es decir, ser feliz depende totalmente de la persona. Dicho de otra manera, nadie da o quita felicidad: es la persona la que interpreta y le da valor a lo que sucede a su alrededor. La sensación de bienestar o de felicidad que experimenta el hijo, el padre o el abuelo al ver o recordar algo depende de los significados que él mismo incorporó. La felicidad se deriva de los significados y las representaciones mentales que cada quien incorpora en el tiempo. La felicidad ni se da ni se vende: se construye de manera individual.

Muchas sociedades han vendido la idea de que hay que buscar la felicidad como si fuera una cosa o un objeto que hay que perseguir, descubrir o encontrar. La felicidad se crea, se construye y, por supuesto, se vive y experimenta como una sensación subjetiva de placer.