Por David Uriarte / 

Por fin, la ciencia da a conocer la importancia del entorno social. Mientras en el siglo pasado los científicos defendían la idea darwiniana de la importancia de los genes, hoy se demuestra que no son los genes los que determinan necesariamente la conducta humana.

Gracias a las investigaciones del pionero en el estudio de la unidad de la vida —la célula—, se pudo determinar la importancia del entorno social para el comportamiento humano. Antes se pensaba que el famoso ADN era el destino de la persona, en tanto ahí se guardan las proteínas de la herencia en cada célula del cuerpo. Las investigaciones no le quitan el crédito a la herencia, solo han encontrado que el entorno en el que vive y se desarrolla la persona es definitivo para su conducta o comportamiento.

En resumen, se pueden entender dos cosas. Primero: que la crianza en los primeros seis años de vida neonatal es altamente significativa para la construcción de la conducta adulta; en esta primera etapa de la vida, la mente subconsciente construye los principales hábitos que habrán de impulsar incluso la forma de creer y pensar. Segundo: el entorno es determinante para el comportamiento. Esto cobra vigencia hoy, que la sociedad vive en medio de conductas violentas, donde la vida es la primera en ser arrebatada sin distingos.

Construir entornos saludables es tarea de las familias bondadosas que buscan lo mismo: la bondad en los semejantes. Los entornos peligrosos son aquellos donde la soberbia, la violencia, la falta de respeto y la imprudencia dominan la conducta humana. Construir entornos bondadosos es el camino hacia la paz personal, familiar y social. No es a través de la parafernalia gubernamental como se construye un entorno seguro; la intimidación, la disuasión o la represión solo alertan y agudizan la mente de aquellos con conducta delictiva.

Un entorno bondadoso es el remedio para salir de cualquier crisis social, donde la violencia, la delincuencia y los delitos de alto impacto, como los homicidios dolosos, exhiben una sociedad decadente: una familia olvidadiza de los principios elementales de la paz, como la bondad, la prudencia y la justicia; una familia que sigue creyendo que los niños no saben lo que pasa en su entorno; unos padres cuya violencia emocional y psicológica pasa inadvertida porque la normalizan.

Un entorno bondadoso es más fuerte que los genes. La verdadera herencia es la crianza.