Por David Uriarte /
Nadie imaginó al siglo XXI como un espacio donde una serie de enfermedades descansarían en los cuerpos de millones de personas. Las famosas enfermedades crónico-degenerativas.
Cada vez más encontramos hombres y mujeres jóvenes con enfermedades que antes eran propias de personas con más años: jóvenes hipertensos, obesos, dislipidémicos, con síndrome metabólico y, por supuesto, diabéticos.
Las enfermedades del corazón, el cáncer, los accidentes y la diabetes están en franca competencia en la actualidad.
Hoy, que los alcances científicos de la industria farmacéutica han encontrado una serie de moléculas para disminuir las dolencias propias de estas enfermedades que se están multiplicando de forma impresionante, tenemos una prevalencia con tendencia al alza de estas enfermedades relacionadas con el estilo de vida.
No hay necesidad de repasar la historia del diagnóstico y tratamiento de la diabetes, ni siquiera recordar su clasificación; lo más importante es fortalecer la conciencia social de una enfermedad que se resiste a retirarse, de un padecimiento que ha matado a millones de personas en el mundo, mantiene en cama a otras tantas, muchas más no encuentran su control adecuado y unas, de plano, ven el pronóstico difícil al depender de un aparato.
Al margen del costo de la enfermedad, las consecuencias que arrastra un padecimiento de este tipo cuando está fuera de control son de pronóstico reservado.
La resistencia al diagnóstico es actitud común en muchas personas que, de paso, también se resisten a iniciar el tratamiento adecuado. La pregunta frecuente del diabético que debuta como tal es: “¿Me voy a curar? ¿Cuánto tiempo voy a tomar el medicamento?”.
Actualmente, el concepto de revertir el padecimiento y curarlo como tal mantiene a profesionales de la salud y pacientes en una discusión estéril, cuando la importancia radica en conservar las variables de estudio dentro de los parámetros normales.
Es de todos conocido que, generalmente, la diabetes siempre tiene invitados: el sobrepeso, la obesidad, la dislipidemia, la hipertensión, la vida sedentaria y el estrés; a esto se le llama comorbilidad, es decir, enfermedades concurrentes.
Aprender a comer es igual o más importante que someterse a los tratamientos modernos; hacer ejercicio y cambiar las creencias limitantes mantiene a la enfermedad acorralada.













