Por David Uriarte /

Hay muchas formas de decir lo mismo; unas corresponden a juicios, otras a descripciones, definiciones conceptuales u operacionales, fantasías, mentiras, miedos, rencores, amargura, cortesía, analogías o deseos de venganza. Al final, las palabras que salen de la boca siempre tienen origen en emociones y recuerdos sanos o enfermos. El lenguaje en el servicio público, además de ser cuidadoso, tiene un toque especial: busca construir escenarios de paz, seguridad, tranquilidad, esperanza, afirmación, reconocimiento y confianza. Se escucha “mejor” decir que encontraron a una persona sin signos vitales que afirmar que encontraron a una persona con múltiples heridas producidas por arma de fuego de alto calibre como causa de su muerte.

Así como este ejemplo, existe un sinfín de situaciones donde el lenguaje intenta equilibrar la escena que la persona se forma al leer o escuchar cualquier información. Describir un hecho deja a la persona en libertad de agregar su aderezo personal, hacia un lado o hacia otro; es decir, le puede añadir un toque de denostación, festejo, admiración, reconocimiento, aceptación o valía, según lo dicten sus pensamientos, rencores o su salud mental.

De alguna manera, se puso de moda, en parte por las restricciones de las redes sociales, evitar nombrar ciertas realidades sociales. Ahora no se pueden decir o escribir palabras como: ‘mataron’, ‘muerte’ y muchas más; en su lugar, se buscan sinónimos a veces imperfectos, pero entendibles, como: ‘renuncia’, ‘dado de baja’, ‘sin signos vitales’ o ‘desvivido’. La imaginación da para mucho. La inteligencia encuentra veredas para llevar el mensaje a su destino cuando la carretera está bloqueada. Con el lenguaje o la escritura se puede identificar la carga emocional del mensaje, la aceptación o el rechazo del tema; también se puede caer en falsas percepciones cuando la hipocresía, la mentira o la falsedad se convierten en el vehículo que transporta palabras distintas a la realidad.

Una madre defendía a su hijo sentenciado a cincuenta años de prisión por feminicidio. Su argumento era: “Mi hijo es muy bueno”. Tenía razón en su sentir, pero su apreciación era falsa. La madre de la víctima respondió: “Se me hacen pocos cincuenta años de cárcel para esta miseria humana”.

Las percepciones distintas son válidas, aunque no necesariamente ciertas.