Por David Uriarte /
Que regrese la tranquilidad a Sinaloa no depende del Ejército Mexicano; depende de los grupos criminales, aseguró el General de División de Estado Mayor, Francisco Jesús Leana Ojeda, cuando fungía como comandante de la Tercera Región Militar, en septiembre del año pasado.
Una gran verdad que no gustó a muchos. Parece que no hay conciencia de algo elemental: el pago del salario de toda la administración pública, de los poderes de la Unión, está cubierto por los impuestos o tributos de quienes trabajan. Miles de millones de pesos son administrados precisamente por el SAT (Sistema de Administración Tributaria). Después, la Secretaría de Hacienda y Crédito Público se encarga, junto con el o la titular del Poder Ejecutivo, de enviar la propuesta de presupuesto a la Cámara de Diputados para su análisis, discusión, modificación y, finalmente, aprobación.
Todo este mundo de dinero no es producto de la magia del gobierno; es producto del esfuerzo de millones de mexicanos, cuya tasa impositiva, según sus obligaciones fiscales, termina en las arcas públicas para distribuirse según el criterio del gobierno en turno.
Toda —absolutamente toda— la nómina, obras, servicios y estrategias de cualquier tipo le cuestan o salen del bolsillo de los que tributan o pagan impuestos. Sin impuestos no hay gobierno que funcione. Sin embargo, la conciencia de la raíz o del combustible con que funciona un régimen político gubernamental —que es el dinero— pasa desapercibida por muchos burócratas, servidores públicos, funcionarios y autoridades de todos los niveles. Se les olvida quiénes aportan el dinero para su quincena.
El desempeño de cualquier régimen político, no importa el dogma o el color del partido, se mide por resultados. Indicadores fáciles de medir, por ejemplo: grado de seguridad pública —eso se mide principalmente por el número de homicidios dolosos, número de desaparecidos, número de extorsionados y otros números más—; el grado o nivel de salud pública —eso se mide por la capacidad resolutiva de los servicios de salud, la eficacia y eficiencia que incluyen institutos de investigación, hospitales de alta resolución con infraestructura, equipamiento y medicamentos para resolver desde las urgencias hasta las enfermedades crónicas y degenerativas—; sistema educativo y sistema económico también.
Pero decir la verdad, a veces, cuesta mucho.