Por David Uriarte /
Los casos relevantes relacionados con el narcotráfico y el crimen organizado en México dejan una alta cuota de aprendizaje. Sobre todo, derriban la idea o el mito de personas intocables y, al mismo tiempo, fortalecen la noción de que la justicia puede tardar, pero finalmente llega.
Lo anterior puede corroborarse con el caso tan sonado del agente de la DEA, Enrique Camarena, y su relación con personajes como Miguel Félix Gallardo y Rafael Caro Quintero. Las autoridades de primer nivel están señaladas por la conciencia social como implicadas en temas tan complejos que sus resoluciones tardan incluso décadas.
El hijo de la leyenda Julio César Chávez tendrá que aprender que no es lo mismo grabar o producir contenido para redes sociales que justificar, ante las autoridades, filtraciones de su relación con personas señaladas por la ley como delincuentes confesos. El caso de Julio César Chávez Jr. es evidencia de una cuna marcada por la opulencia, pero también por las carencias afectivas de unos padres disfuncionales.
Es cierto que nadie nace sabiendo ni existe una escuela para padres; es el tiempo y las circunstancias lo que va modelando el destino de las familias. Las adicciones siguen siendo una amenaza para cualquier hogar, pues no son exclusivas de personas con dinero. Son propias de quienes buscan un refugio temporal que les proporcione una sensación de bienestar, aunque terminen pagando muy caro el desengaño final.
No solo las familias de los involucrados en los casos que hoy acaparan la atención mundial están en un proceso de aprendizaje; también la sociedad comienza a entender los alcances legales del glamour construido sobre actividades ilícitas. Es un efecto dominó, una serie de ondas concéntricas que inician en el centro —en los núcleos familiares— y alcanzan la orilla —la sociedad—, que finalmente paga los efectos y daños colaterales de un estilo de vida aparentemente envidiable, pero con finales terribles: sangre, muerte, prisión, tristeza y soledad.
Empresarios, industriales y todo tipo de comerciantes experimentan, en algún momento, el brillo impresionante del poder adquisitivo, pero luego enfrentan la terrible oscuridad de una realidad no solo sangrienta y violenta, sino profundamente triste.
“Te lo dije” es la frase que más se repite en estos casos, donde el aprendizaje llega al precio más alto: la pérdida del estatus, de la vida o de la libertad.