Por David Uriarte /
La complicidad es la madre de casi todos los delitos. El “casi” es porque hay cierto tipo de delitos donde lo que se requiere es únicamente la voluntad; después de eso, la complicidad es la llave maestra que abre cualquier candado de seguridad.
Desde los delitos al patrimonio de la nación, como el famoso huachicol fiscal, hasta los delitos de alto impacto —homicidios dolosos, secuestro, extorsión y muchos más—, al ver la película del delito en progreso, desde la concepción en la mente de quien lo ordena o ejecuta hasta su consumación, se necesitan complicidades.
Complicidades de autoridades, empresas, delincuentes y, eventualmente, hasta de la familia. Un homicidio cometido con un arma de uso exclusivo de las fuerzas armadas requiere de la complicidad de quien la consigue, no necesariamente de quien la vende, porque hay países como Estados Unidos donde la compra de armas de todo tipo es relativamente fácil. Se podría decir que la cadena de complicidades ahí empieza.
Después, se necesita el cómplice que traslade las armas a México. La cadena se extiende con los agentes aduanales que permiten su paso; continúa con el tránsito por las carreteras nacionales, donde se requiere la complicidad de las policías de caminos —hoy Guardia Nacional, división Caminos—; y termina con la complicidad de la familia que permite el resguardo de las armas en casa, o la del crimen organizado en las llamadas “casas de seguridad”. La cadena de complicidades es relativamente larga.
La complicidad engendra corrupción. Desde los talleres de pintura donde se clonan vehículos —como patrullas o unidades de empresas refresqueras o de telefonía— que sirven de distractores en la cronología del delito, la corrupción y la complicidad tocan la puerta y la conciencia de elementos de las corporaciones de seguridad pública, en sus distintas categorías, para dar paso a la delincuencia e incrementar la estadística del horror social.
Bien reza el refrán: “Une más la complicidad que la amistad.” Cuando las autoridades dan paso a la conducta delictiva dejando incubar el delito, se produce impunidad y el delincuente se crece: se siente poderoso, asume el rol de jefe, trata a las autoridades como sus empleados y las castiga con plomo cuando ya no le cumplen o se siente traicionado.
Los alcances de la complicidad se miden en cuotas de miedo, sufrimiento y sangre… y se pesan en kilos de impunidad.














