Por David Uriarte /

El principio de una guerra obedece a la voluntad de una mente que tiene poder y dominio sobre su ejército, conoce su preparación y conoce la capacidad de fuego, cuenta con equipo logístico que le garantiza teóricamente su triunfo. El fin de la guerra obedece al triunfo de uno sobre otro, no es el precio de sangre, es el precio de la extinción del poder opositor.

Las guerras sólo tienen sentido en las mentes obtusas de quienes piensan en el control a través de la fuerza de fuego, a través de la destrucción del enemigo, el objetivo último de la guerra es el control, no la vida de los contrarios, aunque los objetivos a destruir son estratégicos, la sociedad civil termina pagando las consecuencias de una guerra ajena, es decir, no es su guerra, no es su propósito: pero sí, su destino.

El fin de cualquier guerra se da después de muchas pérdidas: pérdida de vidas humanas, de la economía, de la salud, de la educación, de la seguridad, de la paz… Por eso, los países o los grupos que se enfrentan en una guerra sin sentido terminan siempre con saldo negativo, con secuelas difíciles de superar, con registros destructivos, horrorosos, con imágenes de víctimas inocentes conmovedoras, con más preguntas que respuestas en una mente que no alcanza a entender o comprender la crueldad del contrafuego opositor.

Mientras miles de soldados luchan por lograr la destrucción de sus objetivos, miles de ciudadanos luchan por sobrevivir ante la incertidumbre de perder la vida de manera violenta y súbita.

Hay de guerras a guerras, las guerras entre países son diferentes a las guerras entre grupos antagónicos, tal es el caso de la guerra en Sinaloa, específicamente en Culiacán, donde de manera evidente han rivalizado dos grupos bien definidos y bien identificados por autoridades y sociedad.

El fin de esta guerra entre dos grupos antagónicos, llegará cuando un grupo extinga al otro, mientras tanto, la sociedad paga el precio de la enfermedad mental como la ansiedad, la depresión, el síndrome de estrés postraumático, la economía también se ve afectada, la convivencia social, la tranquilidad, la seguridad, la paz y el bienestar.

El fin de la guerra dejará un saldo difícil de procesar, no son números, son duelos, son huérfanos y viudas, algunas pérdidas irreparables, otras difíciles de recuperar como la tranquilidad y los bienes ¿En quién confiar? ¿En la suerte? ¿Quién garantiza la seguridad pública?