David Uriarte /

El tiempo es un espacio perecedero, es la caducidad de la vida y de muchos procesos vitales incluyendo el gobierno y la política como tal. Muchas personas mayores se desesperan por no haber hecho lo propio en su juventud, quieren recuperar el tiempo cosa que es materialmente imposible.

Los que no ahorraron para la vejez se desesperan al darse cuenta que lo único seguro es la muerte, se desesperan al saber que en cualquier momento vendrán a tocar la puerta un desfile de enfermedades con un pronóstico conocido, aunque muchas veces no aceptado.

El precio del desespero es la ansiedad, la incertidumbre, el insomnio, la irritabilidad, la labilidad emocional, la intranquilidad, el trastorno del juicio y las conductas aberrantes, se desesperan aquellos incumplidos con las tareas asignadas, se desesperan aquellos que saben el precio a pagar por fallar, eventualmente el precio del desespero es el suicidio.

Los políticos encargados de sacar ciertas tareas, se desesperan al saber o dimensionar el daño al erario o a la sociedad si lo hacen, y el precio a pagar si no lo hacen; las decisiones más aberrantes pueden tomar su rumbo y cauce legal -aunque injustas-, siempre y cuando estén avaladas por la mayoría como regla de la democracia parlamentaria.

El tiempo se agota, para cumplir con los propósitos del régimen, faltan muchas piezas que acomodar en el rompecabezas, esto desespera a los actores parlamentarios o gubernamentales induciendo conductas agresivas y violentas entre los gobernados y los grupos simpatizantes.

Hay senadores, diputados, gobernadores, una serie de actores políticos desesperados por dejar inconclusa la tarea encomendada por el jefe del Ejecutivo, específicamente en el Congreso de la Unión, se están tirando con todo por sacar las iniciativas necesarias para dar cumplimiento a los deseos del “jefe”, los ánimos se exaltan y la agresión es parte del desespero, el miedo a no cumplir con la orden produce una fantasía apocalíptica que induce cualquier conducta impensable.

El desespero está infectando a todos los poderes en esta época de elecciones, jueces, magistrados y ministros de la Suprema Corte están en rebelión, diputados y senadores, también, presidentes municipales y gobernadores afines al régimen, hacen lo propio; todo por el desespero de no perder el poder político ganado después de tanto tiempo.