Por David Uriarte /

Las crisis representan una enciclopedia de enseñanzas. De todo se puede aprender, principalmente lo que no hay que hacer, lo que no hay que imitar, lo que no hay que repetir; de lo caro que resulta lo fácil, de lo fácil que es enredarse en conductas delictivas, de lo que les quedamos a deber a los hijos, de la incongruencia entre el decir y el hacer, de lo vulnerable que se puede ser ante la luz del dinero “fácil”, de las marcas invisibles del dinero sucio. De todo se puede aprender, incluso de lo malo.

Es cierto que el término malo tiene una connotación de juicio de valor; se aleja de lo descriptivo, pero de alguna manera se empata con el modelo de pensamiento de una sociedad que todo lo reduce a bueno o malo.

Si una parte de la sociedad está —o se siente— contenta con el régimen de gobierno actual, significa que, para ellos, el gobierno y sus políticas públicas son buenas. La otra parte de la población, que no comulga o no está de acuerdo con el actuar del régimen político o del partido en el poder, dirá que todo, o algunas acciones, son malas.

La diferencia entre estas posturas radicales se aclara con instrumentos de medición como las matemáticas. En este terreno de las mediciones, la estadística juega un papel importante porque refleja las tendencias de las acciones, hechos o conductas; demuestra realidades sin juicios de valor. Es como una fotografía que describe, a través de una imagen, lo que hay.

La Independencia fue un hecho más que histórico para los mexicanos: fue la quema de las ataduras que mantenían una relación de dominio y sumisión. Después, la Revolución marcó y dirimió inconformidades internas en un país que aprendió de sus errores y de sus crisis.

La madurez construyó normas y reglamentos de convivencia; aparece la Constitución Política como carta magna que regula desde entonces la convivencia social. Después llegaron regímenes políticos que duraron casi tres cuartos de siglo, llegaron las alternancias, y aquí estamos: de todo se aprende, incluso de lo malo.

La pregunta obligada por los acontecimientos derivados del 25 de julio del año pasado en Sinaloa es: ¿Qué hemos aprendido de estos hechos? ¿Qué enseñanza nos dejan a los sinaloenses los hechos violentos de los últimos nueve o diez meses? Si la sociedad no aprende, entonces sí estamos fritos, condenados a repetir la misma historia.

De todo se aprende. De todo.