Por David Uriarte

Hay muchas formas de invalidad, obstruir, cerrar el paso, o evitar que las intenciones de un ciudadano, simpatizante o militante de un partido se cristalicen. “El Químico” Benítez en Mazatlán, ya probó el precio de la insubordinación; a otros los han dejado “morir” solos. La idea de “no se mandan solos”, cobra vigencia, pero los jefes o se están tardando o su estrategia es contraria a la lógica.

El partido fuerte, los partidos viejos, los partidos satelitales, los locales y los emergentes, hilvanan sus propias estrategias, sin embargo, no puede ser posible que los ciudadanos estén tan divididos como para ocupar once partidos políticos para repartir la fuerza y diferencia ciudadana.

En Estados Unidos bastan dos partidos para aglutinar las voluntades y las diferencias ciudadanas; en México, la política partidista se pulveriza, se atomiza o se divide por el interés de grupos o personas, las consecuencias las paga la sociedad.

Los reglamentos o acuerdos internos de los partidos terminan siendo laberintos bien elaborados que cumplen con su objetivo, dejar en el camino o cerrar el paso a las voces disidentes, a los cuadros emergentes que representan peligro a los jefes de las tribus.

Los acuerdos cupulares no son producto de partidos, son producto de personas que manejan y controlan el verdadero poder político en México, son los que mandan, los que acuerdan, los que dirigen la política y la representatividad de la vida pública.

No se trata de méritos académicos, popularidad o dinero, se trata de tener el perfil para cumplirle a la mano que mece la cuna de las decisiones, de poder cubrir las espaldas del que se va, de tener solidaridad con medula de complicidad para asegurarle al jefe que no pasará nada en su ausencia o a la distancia.

Los rumores dejan de ser estrategia para convertirse en la neblina que empaña la visibilidad de corto plazo, ya no se sabe a quién creerle… las ideas parecidas a disparates resultan viables, la memoria refresca la idea de los disparates del pasado reciente. Por eso, el tiempo que marca la ley es la única pomada que cura la inflación y el desespero de la clase política, y la ciudadanía interesada en la vida pública de su estado o municipio.

¿Ley o trampa?