Por David Uriarte / 

 

No importa que la persona tenga doctorado o mucho dinero; el sufrimiento y la felicidad poco tienen que ver con la academia y la economía, es decir, sufren los ricos y sufren los pobres, sufren los letrados y sufren los iletrados.

Todos los días deambulan por la calle del sufrimiento los expertos en buscar culpables, los especialistas en justificar su derrota en manos de aquellos, en manos de otros, menos en la libertad de sus acciones u omisiones.

El sufrimiento tiene categorías, aunque al final siga siendo sufrimiento, no es lo mismo sufrir porque no se sienten queridos, a sufrir porque están relegados; o sufrir porque no olvidan una ofensa, o sufrir porque la vida no es como ellos quieren que sea.

La sala de espera de la psicoterapia se llena de sufridos, de personas frustradas, resentidas, enojadas; desmotivadas, ansiosas, deprimidas, irritables; impulsivas, deseosas de venganza, en fin… personas que se levantan sufriendo y se duermen igual.

Que la sala de espera de la psicoterapia contenga a estas personas es lo mejor, pero mantenerlos en la sala de la casa, manejando un vehículo, atendiendo al público, dando clases; o relacionándose con una familia que ya no sabe qué hacer con ellas, eso sí es más que grave, penoso y difícil.

Una constante en los que sufren es la búsqueda del amor, el miedo al abandono, la necesidad de que alguien les diga que los quiere y que va a vivir con ellos toda la vida.

El sufrimiento se construye ante la inminencia de la soledad, ante la evidencia de un abandono real o imaginado, por eso surge una pregunta ¿Quién les dijo a los que sufren que alguien los tiene que querer?

El discurso de los sufridos es muy parecido, piensan que le deben importar a otra persona, que el afecto de los otros es lo más importante para la felicidad.

Por eso, aunque a veces la compañía es tóxica o violenta, prefieren eso que el abandono o la soledad.

Los expertos en sufrimiento han aprendido que lo más importante es que alguien les diga que los quiere, que alguien les nutra con las palabras mágicas de “te amo”, en fin.

Los expertos en sufrimiento se pueden convertir en expertos en la felicidad si invierten la ecuación de su pensamiento y sus necesidades construidas.