Una de las grandes complicaciones en cuanto a la crianza de los hijos es saber orientar a nuestros pequeños para que sean capaces de comer cosas saludables.

¿Pero cómo guiarlos para que elijan y consuman los alimentos que necesitan para desarrollo?

Es la pregunta que muchos padres y madres se hacen en la mesa todos los días. La respuesta radica en la educación alimentaria que, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), es un conjunto de estrategias educativas que ayudan a la adopción de conductas alimentarias que propician salud y bienestar.

Estas estrategias no son del conocimiento del grueso de la población debido a que se han perdido los lazos con los alimentos y su preparación, su producción y su consumo.

La desconexión con la comida es causada en gran medida por el ajetreado ritmo de vida del siglo XXI, y se traduce en problemas como desnutrición, obesidad — tan sólo México ocupa el primer lugar en el mundo en obesidad infantil según datos de la Organización Mundial de la Salud — y las enfermedades crónicas que se derivan de este trastorno.

“La educación alimentaria es algo que está fuera del sistema y que está fallando en nuestros sistemas educativos, desde preescolar hasta nivel universitario”, asegura Cynthia Robleswelch, coordinadora de Educación Alimentaria para Slow Food México y embajadora para el movimiento Food Revolution del mediático cocinero británico Jamie Oliver.

“La educación alimentaria es parte de la solución para el bienestar familiar y es una forma para poder sensibilizar a la población sobre la biodiversidad que existe en México y en el mundo, para conocer todos los procesos que que suceden alrededor del alimento, desde que se produce hasta que llega a la mesa. Es algo que damos por hecho y es ahí donde está el área de oportunidad porque, cuando sabemos de dónde vienen las cosas y cuáles son los procesos para obtenerlas, nos caen muchos veintes”, señala Robleswelch.

Pon el ejemplo

“Hablamos todo el tiempo de que los niños son el futuro del país, pero somos nosotros, los adultos, los que educamos a esas generaciones”, explica Robleswelch.

Los pequeños son como esponjas, absorben e imitan todo lo que sucede a su alrededor. Los adultos son los responsables de los hábitos alimentarios que los pequeños puedan desarrollar.

“Te puedes encontrar con el niño más melindroso, pero a través del juego o de exponerlo a una simple verdura o fruta, ellos responderán de manera positiva. Pero nada de esto sirve si quienes proveen el alimento no ponen el ejemplo”. “Debemos acercamos a los niños y escucharlos.

Entiendo que los papás tienen rutinas pesadas, y que cuando llegan a casa lo último que quieren es ponerse a hacer algo con ellos. Pero están los fines de semana, deben hacerse el tiempo. La educación alimentaria es una herencia para nuestros hijos”, finaliza la experta.