Por David Uriarte /

Hay dos caminos para abatir la violencia, la inseguridad y la delincuencia en cualquier parte del mundo: la inteligencia y la siembra de valores en la familia.

La inteligencia es la estrategia de espionaje más efectiva, porque proporciona información de primera mano. Los avances tecnológicos permiten utilizar artefactos y herramientas mediante los cuales las autoridades pueden saber exactamente desde dónde surgen las comunicaciones y el contenido de las mismas. De tal manera, los operativos policíacos se pueden planear y ejecutar de forma quirúrgica, sin disparar, a veces, ni un sólo tiro.

Si no hay inteligencia por parte de las autoridades e instituciones de seguridad pública, seguirán los palos de ciego. De poco —por no decir que de nada— sirve tanta parafernalia si la delincuencia va un paso adelante; ellos también usan inteligencia para proteger sus operaciones.

Es gracias a la inteligencia que se logran los resultados espectaculares de las fuerzas armadas: la captura de generadores de violencia —como dicen ellos—, la captura de delincuentes. De otra manera, es un espectáculo circense donde las policías persiguen a los delincuentes, poniendo en juego la seguridad de la población civil y teniendo como resultado daños colaterales irreparables.

La inteligencia es la vía corta. La vía larga es la siembra de valores en la familia. Esta última es generacional, requiere por lo menos veinte años. Son esos padres jóvenes y esos niños de preescolar quienes están aprendiendo precisamente de sus padres.

La siembra de valores solo prospera si los padres ponen el ejemplo, si los valores forman parte de su conducta diaria, si los hijos beben del ejemplo.

Los hombres violentos no nacieron siendo violentos; los delincuentes no nacieron siéndolo. Hubo un proceso de aprendizaje o una circunstancia de abandono o descuido por parte de los padres, donde los hijos aprendieron el camino “fácil”.

El problema de la estrategia de inteligencia se llama contrainteligencia. La delincuencia también está preparada para blindar sus operaciones; por eso, cada vez se vuelve más difícil su captura, aunque no imposible.

El problema de la siembra de valores en los hijos pequeños son los padres. No todos los padres comparten la idea de una vida ordenada o respetuosa de las normas cívicas. Nadie puede dar lo que no tiene, y si los padres no tienen valores, ¿cómo se les pide que los siembren en sus hijos?